La población del lince ibérico desapareció abruptamente entre los años 80 y la década de los 2000. En el caso de Castilla-La Mancha, la especie se dio por perdida a finales del siglo XX. “Ya en la década de los 90' no quedaban linces en ningún territorio histórico de Castilla-La Mancha”, explica el biólogo Paco Sánchez, técnico de la Dirección General de Medio Natural y Biodiversidad de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.
Todo cambió en 2014, con la primera suelta de linces que se realizó en la localidad ciudadrealeña de Almuradiel. En pleno verano, fueron liberados los linces Kiowa, Kaplan, y Kairós. Fue un “hito, la vuelta de una especie que nunca debió desaparecer”, asegura Sánchez. Los esfuerzos realizados desde entonces, han permitido que se alcancen números de “récord” en la región, en la que hay más de 700 animales según los últimos datos del Ministerio de Transición Ecológica.
Los animales corretean por las zonas históricas de los Montes de Toledo y Sierra Morena Oriental y Occidental, así como también en Albacete, donde fueron liberados por primera vez en 2024. Este año también se soltaron animales en el Parque Nacional de Cabañeros. El programa de conservación quiere ir más allá y ya se está estudiando la idoneidad de la provincia de Cuenca para seguir reintroduciendo animales.
Historia de un éxito medioambiental y cultural
Pero el trabajo comenzó mucho antes que 2014. Después de que en apenas dos décadas la especie estuviese al borde de la extinción, entrando a la categoría de 'peligro crítico', se comenzaron a tomar medidas, primero en Andalucía y luego en Castilla-La Mancha. “Todo el trabajo se hizo con la experiencia de Andalucía, que conservaba las dos últimas poblaciones viables a principio del siglo”, resalta el biólogo. En el territorio andaluz se realizó un trabajo de conservación que logró triplicar la población en unos 10 años.
En 2003, la comunidad castellanomanchega aprobaba un plan de conservación de la especie y se delimitaron unas áreas “críticas” para el lince: Montes de Toledo, Sierra Morena y las Sierras del Relumbrar y estribaciones de Alcaraz, en Albacete.
El lince desapareció en la región por un “conjunto de factores”, explica Sánchez. Por un lado, porque era considerado “una alimaña”. “Un competidor directo en los cotos de caza, y se consideraba como un animal dañino para las especies de caza menor. Se les persiguió como otro conjunto de depredadores”, recalca el biólogo. Pero “la puntilla” vino por dos enfermedades víricas del conejo, que mermó la población de uno de los principales alimentos del lince. “Esto, unido a la destrucción de hábitat, hizo que se perdieran áreas de monte mediterráneo”, añade Sánchez.
Entonces, Andalucía se puso “manos a la obra”. Y la siguieron Castilla-La Mancha, Extremadura y Portugal. Los primeros pasos fueron encontrar superficies continuas de monte mediterráneo bien conservado, con una óptima densidad de conejos.
Y así se seleccionaron los Montes de Toledo y la Sierra Morena Oriental, áreas históricas del animal. Pero no solo se hizo con base en condiciones del entorno, sino también midiendo la “percepción social” que existía en las zonas, fundamentalmente con los ayuntamientos y la población local. Especialmente, los dedicados a la caza. “El 95% de los linces vive en terrenos cinegéticos”, explica Paco Sánchez. “Fue un trabajo muy intenso de reuniones, charlas y presentaciones”.
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Una especie que “da identidad” a sus comunidades
A través de esta divulgación, se descubrió que la población realmente se sentía “muy próxima” al lince. “A pesar de que ya no había, seguía en su memoria. La recordaba, porque se había compartido con ellos durante muchos siglos”, explica el biólogo, que asegura que una pérdida total de la especie no solo hubiese sido a nivel ecológico, sino también cultural.
Es por eso que las sueltas de 2014 fueron un “hito”. “Un hito para una especie que nunca tenía que haber desaparecido, porque es clave en el ecosistema y su pérdida hubiera supuesto una pérdida ecológica, pero también cultural. Es una especie que da identidad a sus comunidades, a las poblaciones locales”, reflexiona el experto.
Y entonces se decidió la suelta de los ejemplares que son los que han fundado las poblaciones que existen ahora por las zonas. “Fue una mezcla de mucha ilusión, porque había mucho trabajo detrás, con expectación y sobre todo con un poco de incertidumbre por comprobar si los ejemplares que venían de centros de cautividad se iban a adaptar a la naturaleza y a asentarse en los territorios que habíamos elegido”, explica el experto.
Fueron días “muy emocionantes”, pero el trabajo no hizo más que empezar. “El esfuerzo de liberación durante estos años ha sido continuo, y la especie ha respondido muy bien y han ocupado una extensión muy importante a partir del área original que nos marcamos”, recalca. Como una muestra, en las provincias de Toledo y Ciudad Real, la especie ocupa ahora mismo unas 100.000 hectáreas de distribución. Cifras para celebrar.
No han faltado las críticas durante el proceso, especialmente por la alta mortalidad que provoca el factor humano en la especie, como ocurre con los atropellos. Hace pocos meses, Ecologistas en Acción resaltaba en un informe que en la provincia de Toledo se han encontrado muertos una media de 30 ejemplares de lince al año, entre 2021 y 2023.
La ratio de mortalidad en el año 2022 alcanzó el 14% de la población toledana, cuando para el conjunto de la población ibérica se cifra en un 9,2%, lo que significa que “hay una significativa alta mortalidad de linces en Toledo respecto de la que hay en otras poblaciones”, explicaban en el documento. Además, la organización advertía de que la mortalidad de la especie está “infravalorada”, ya que no es posible encontrar todos los cuerpos de los animales cuando fallecen.
Pero Sánchez defiende que se sigue haciendo un esfuerzo “muy importante” para combatir este fenómeno, con una serie de recursos como la instalación de vallas o encausamiento de pasos. Esto también se debe, resalta, a que las distintas iniciativas -como el Life+Iberlince- son un “ejemplo de colaboración” de los sectores que buscan un objetivo común: la recuperación definitiva de la especie.