Cómo se para un penalti. Era un lunes por la tarde de abril de 1991 y yo, como en muchas ocasiones a lo largo de mi infancia y juventud, había acabado en la Biblioteca del Polígono. Era la única biblioteca que estaba ubicada en un garaje y cuyo fondo era tan caótico y amplio que se podían encontrar joyas inverosímiles como aquella. Tenía 15 años y jugaba de portero en el equipo de cadetes de la Unión Deportiva Santa Bárbara, el Santa. Ojeando el libro me paré a pensar en el Sangre. El fin de semana nos habíamos enfrentado al Club de Fútbol Polígono. El partido fue lo de menos, yo seguía algo impactado por las voces y los comentarios que el presidente del equipo hacía a los jugadores. Jugadores que, por otra parte, sentían devoción por aquel señor con acento de Granada que no paraba de motivarlos con aquel extraño método. En la comida familiar del domingo yo pregunté a mi padre que quién era. No me contó mucho, pero estaba claro que era de los nuestros. Me explicó que casi todo lo bueno que tenía el Polígono tenía que ver con la Asociación de Vecinos el Tajo, de la que él mismo, claro, era socio. De gente como José Manuel Duarte el Sangre.
Cuando años después me dedicaba a “hacer la revolución” en la universidad, en un mundo donde Mario Conde era dios y las inquietudes políticas de la mayoría pasaban por pasar de todo, tuve la
suerte de encontrar algunos amigos y amigas que me salvaron. Curiosamente otro de mis grandes apoyos vitales (si obviamos el fundamental, mi familia), fue el barrio donde vivía, El Polígono. Las personas (o personajes) con las que me encontraba y departía. En esos años ya era consciente con bastante exactitud de quién era el Sangre, y de que en el Polígono vivían muchos hombres y
mujeres que eran como él. Igual de únicos. Muchos habían llegado a trabajar a Standard Eléctrica SA. José Manuel Duarte desde Granada, con apenas 18 años y con su recién terminado título de Maestría Industrial. La FP de entonces. Como el Sangre, muchos tenían claro que la mejor forma de salvarse cada uno era salvándose todos. En realidad, en aquel inmenso trozo de suelo propiedad de un ministerio no había gran cosa, más allá de la vida ganada a pulso en los últimos años de una dictadura cruel y gris, una fábrica y unas cuantas viviendas. Y en ese ambiente que luego llamaríamos Transición aterrizó aquel joven guapo y juerguista. Como también apareció el Partido (con mayúsculas y al que no hacía falta poner ningún calificativo más, el PCE), el sindicato CCOO, los nuevos amigos, el amor, la necesidad y la conciencia clara de quiénes eran y qué tenían que hacer para cambiar las cosas.
Como no había nada hubo que crearlo todo. Un todo que parecía no tener límites. Partido, sindicato, asociación de vecinos (El Tajo, cuyo primer presidente fue el que luego se convertiría en un
dirigente político y social de referencia en la ciudad de Toledo y la región, Ángel Dorado, y que sería la primera asociación de vecinos de Castilla-La Mancha), periódico, radio, cooperativas de
vivienda, supermercado comunitario, AMPAS (denominadas entonces APAS), clubes deportivos, escuela de adultos, campamentos de verano, etc., etc. Todo creado por hombres y mujeres sencillas que venían de sus pueblos, con hijos y con pocos medios económicos. Con los años y fruto de mi conciencia política, yo empezaría a pensar cómo era posible que mi generación, muchos con carreras, másteres y contactos, no fuéramos capaces de seguir ese hilo, de poner en marcha cosas parecidas. De plantar cara a un mercado laboral y una derecha corrupta que nos estaba jodiendo la vida.
Cómo parar un penalti y seguir con la fiesta. “La lucha es fundamental, claro, pero también lo es la fiesta y la alegría”. De hecho, desde el principio de los setenta en el Polígono se organizaron
fiestones míticos uno tras otro. El Sangre me dice “que a todo buen revolucionario le gusta el vino”. Nos reímos y yo empiezo a mirar el reloj porque ya vamos por las tres horas de entrevista. Jubilado, ahora gasta la mayor parte del tiempo en cuidarse y en cuidar a los suyos (lo del tabaco y la cerveza hace muchos años que hubo que dejarlo). Tiene dos nietos y el que hace la comida en casa suele ser él. “Mira Sangre, tenemos que acabar, ya sé que podríamos seguir horas y horas, antes, eso sí, te quería preguntar una curiosidad personal, ¿por qué los equipos de fútbol del Polígono de los ochenta vestían como el Barsa?”. José Manuel me observa, sonríe, y se explica: “Mira Javi, en 1980 me tocó la lotería, en esos años los niños en el Polígono lo más divertido que podían hacer era correr por aceras sin baldosas y cazar jilgueros… Entonces empezamos a montar el club de fútbol, el club de baloncesto, el club de atletismo, la escuela de judo… Pero vamos, que esto de las camisetas es porque las pagué yo, y como sabes, soy del Barcelona”. Amén.
Estas notas tienen que ver con que soy el productor de un documental, La Standard. La construcción de un barrio, y con que entre mis dedicaciones edito medios de comunicación. Seguramente, pensé, de esta conversación con el Sangre podría salir un buen artículo. Puede que podamos llegar a un futuro mejor por el camino que abrieron personas a las que me debo, mujeres y hombres complejos y divertidos que como el Sangre parecen no rendirse nunca.