Nos causa intensa preocupación la falta de un plan de gestión integral de lo que es uno de los conjuntos más interesantes de nuestra 'arqueología industrial': la fábrica de Armas de Toledo, hoy sede de la Universidad de Castilla-La Mancha. Y es que desde que dejara su actividad originaria se han cometido continuos desaciertos, salvo su declaración como Bien de Interés Cultural, figura que, precisamente, obliga a su correcta conservación. A lo largo de los últimos veinticinco años hemos llamado la atención sobre varios aspectos de esta fracasada gestión del rico patrimonio -material e inmaterial- que atesora.
El desmantelamiento de la Fábrica de Armas fue uno de los modelos de paralización de actividad, dispersión de bienes muebles y abandono del conjunto fabril más bochornoso al que hemos asistido en las últimas décadas. Operación silenciada en el momento y desde entonces en atención a los intereses de todo tipo que había –y hay- en torno al asunto, la urbanización de la zona de “seguridad” y la conservación del poblado obrero focalizan el debate sobre lo que fue el conjunto fabril.
Ya la cesión del Ministerio de Defensa al Ayuntamiento de los terrenos y la segregación de parte del complejo para su uso universitario ha hecho que se pierda la razón original de la continuidad en la rehabilitación para usos didácticos de los viejos edificios industriales. Las escuelas taller municipales, sacadas de su lugar original en la Casa del Diamantista e instaladas en parte del recinto han hecho unas rehabilitaciones con materiales, texturas y uso del espacio poco acorde con la buena praxis de las teorías restauracionistas. Otros elementos accesorios como las casetas de control de presas, espacios de ocio de los antiguos trabajadores (cine) o estructuras militares están en un abandono evidente.
Ya el 23 de octubre de 2008 titulamos una columna 'Evangelina' para llamar la atención a la entonces vicerrectora del Campus toledano de la lentitud de las obras de rehabilitación del aulario, y, sobre todo, de la falta de atención a las fábricas de luz, verdaderas joyas de la arqueología industrial, que siguen sufriendo un deterioro irreversible. Más llamativo aun cuando la Asociación de Antiguos Aprendices de la Fábrica de Armas se ha brindado a ponerlas en marcha y cuando muchos de los operarios que en su día las hacían funcionar siguen entre nosotros. Es una pena que en un recinto donde se imparten enseñanzas de Ciencias Medioambientales y donde se da una titulación de Ingeniería Técnica Industrial se dejen arruinar estas centrales que podrían, perfectamente, dar energías (renovables) a la propia universidad e, incluso, vender a la red, decíamos entonces.
Si la construcción del puente de Polvorines en el 2007 se inauguraba para sustituir al viejo puente de hierro derribado en 1947 y abría un debate sobre la mimetización del modelo original, la polémica volvió a suscitarse con la construcción de institutos de investigación en lo que había sido el “parque de los polvorines”, inmuebles que paralizados, obstruyen el paisaje y dejan en evidencia la falta de intervención sobre los antiguos almacenes de pólvora y fábricas de luz o la desidia de mantenimiento de uno de los parques urbanos toledanos. La falta de señalización y el cierre de la fuente de Cristina Iglesias añade aún más leña a este fuego que va quemando proyectos inconclusos.
El último capítulo lo constituye el patrimonio inmaterial, comenzando por recordar que parte de la infraestructura fue cedida en uso a la asociación de antiguos trabajadores de la Fábrica de Armas-, se encuentra cerrada y en continuo deterioro. También huelga decir sobre el destino de los bienes muebles que en su día utilizó la centenaria Escuela de Magisterio. Si debieran las autoridades académicas habilitar un lugar para ser destinado a ser punto de interpretación del conjunto histórico, fabril e hidráulico, generar visitas guiadas por las instalaciones (capilla, biblioteca, instalaciones fabriles del s. XVIII).
En todo caso un conjunto declarado Bien de Interés Cultural merece más atención de sus gestores y de la labor inspectora -y sancionadora- de la Viceconsejería de Cultura y Deportes. No podemos mirar para otro lado en la dejación de obligaciones para un patrimonio que, fuera de su uso universitario o formativo debemos disfrutar entre todos y legar íntegro a las futuras generaciones.