Higinio Artalejo Sánchez era esquilador en el pueblo toledano de Almonacid y militante de la UGT. Al comenzar la guerra civil tenía veintidós años. Terminado el conflicto, en mayo de 1939 fuerzas de Falange lo entregaron preso en la cárcel de Orgaz, siendo condenado a la pena de 30 años. En Ocaña inició su periplo penitenciario que le llevó al destacamento que en Añover del Tajo construía la Acequia del Jarama y, en mayo de 1944, a la 5ª Agrupación de Colonias Penitenciarias Militarizadas que desde años atrás levantaba la nueva Academia de Infantería de Toledo.
Como Higinio, fueron miles los presos trasladados a Toledo desde de toda España para participar en los trabajos de estas dependencias militares. Aquí estuvieron hasta finales de los años cuarenta. A pico y pala desmocharon los cerros que componían el barrio de San Blas, que se extendía desde el castillo de San Servando hasta las cercanías del Arroyo de la Degollada. Con poca más ayuda que su fuerza física, allanaron esos terrenos, acarrearon miles de toneladas de piedras, cimentaron y levantaron los edificios de la nueva Academia.
Aunque la condena de Higinio no quedaría extinguida hasta mayo de 1969, en la primavera de 1946 salió en libertad condicional con la pena accesoria de destierro. No pudo regresar a su pueblo e intentó rehacer su vida entre nosotros. Vendió chatos de vino en la Romería del Valle, trabajó en un tejar y, con ayuda familiar, abrió una espartería en el paseo de la Rosa. A bordo de un motocarro, recorría los pueblos cercanos comerciando serones, aguaderas, esteras, sillas, mesas camillas, persianas y otros enseres. Aquello fue el germen de una popular tienda de muebles, cuyos nietos aún mantienen abierta cerca de donde él tuvo su espartería.
Historias como la de Higinio hay muchas. Tantas como presos pasaron por la ciudad de Toledo trabajando en otras obras además de la Academia: los primeros bloques de la avenida de la Reconquista o las reconstrucciones de la plaza de Zocodover, el Alcázar, distintos conventos e iglesias. A iniciativa del Grupo Municipal Socialista, el pleno municipal de Toledo debatirá esta semana una propuesta para identificar mediante placas o monolitos conmemorativos estos edificios y espacios públicos construidos por los presos políticos de la Dictadura. La propuesta se ampara en el artículo 32 de la Ley de Memoria Democrática.
Desde hace meses estoy investigando sobre la Colonia Penitenciaria que construyó la Academia de Infantería. Me interesa conocer quiénes eran esos presos, con qué bagaje llegaron a Toledo, cómo les fue aquí y qué hicieron tras acceder a la libertad. Ya tengo identificados a unos tres mil. Detrás de cada uno de ellos, como antes decía, hay una historia diferente. Vivencias que me están ayudando a reconstruir sus hijos, nietos o sobrinos, con quienes comparto documentos que voy consultando en archivos militares y civiles.
Como Higinio, una vez conseguida la libertad condicional algunos reclusos se quedaron a vivir en Toledo. De quienes optaron por ello, muchos se asentaron en el incipiente barrio de Santa Bárbara, donde encontraron la solidaridad y acogida de quienes allí poblaban, perdedores también de la Guerra Civil muchos de ellos.
Cuando utilizamos la expresión “miles de penados”, en cierto modo estamos despersonalizando el alcance real de la represión. De ahí mi empeño en poner nombre y apellidos al mayor número reclusos que pasaron por esta Colonia Penitenciaria.
Al igual que he iniciado estas líneas hablando de Higinio, podía haberlo hecho con Lorenzo Manzaneque Quiñones (carrero de Campo de Criptana), o con Martín Díaz Benítez (carpintero de Toledo), o con Daniel de Paz Fernández (pastor de Los Navalucillos), o con Bonifacio Muñoz Romero (jornalero toledano), por citar a penados cuyos familiares conviven a diario aquí, en la capital provincial.
A cada uno de ellos, la certificación de libertad condicional que recibieron al salir de la Colonia Penitenciaria le llevó por caminos diferentes. Lorenzo siguió trabajando en las obras de la Academia como obrero libre encargado de los camiones; Martín marchó a tierras leridanas buscando ganarse el pan; Daniel no tardó en ser encarcelado de nuevo tras una redada contra comunistas toledanos en 1945; y Bonifacio, trece meses después de ser liberado, falleció a los 27 años de edad al sufrir un terrible accidente laboral trabajando para estas obras militares.
También podría haber comenzado estas líneas recordando a Marcelino Camacho, emblemático líder de CCOO; a Venancio, padre del reconocido actor José Sacristán; al fotógrafo teatral Pablo Barceló Foix, quien en 1992 recibió la Cruz de San Jordi de la Generalitat por su contribución a las artes escénicas; a los ingenieros Antonio Grancha y Julián Diamante, teniente coronel y mayor, respectivamente, del Ejército republicano, habiendo destacado, el primero, como pionero de la aviación española y, el segundo, como artífice pontonero en la Batalla del Ebro; al médico toledano Eugenio Ugena Ramos, quien reanudó su vida profesional en Pepino y Talavera de la Reina tras salir de la Colonia Penitenciaria;… Y así, hasta tres mil más.
Además del reconocimiento a estos presos, la moción que esta semana se debatirá en pleno municipal es un respaldo a sus familias. Una forma de saldar con ellos esa gran deuda de reparación, dignidad y justicia que las Administraciones Públicas y el conjunto de la sociedad aún tenemos pendiente con quienes pagaron tan alto precio (la cárcel, el exilio, la depuración, el destierro o la propia vida) por haberse comprometido con la libertad y la democracia frente a la amenaza del fascismo. El jueves veremos si el Ayuntamiento de Toledo da a ese paso o no.
La Academia de Infantería de Toledo que construyeron miles de presos políticos del franquismo