Llevamos años oyendo hablar del turismo sostenible. Esta nueva retórica llegó un día no muy lejano para quedarse y a algunas nos pareció un camino interesante por explorar, analizar y transitar. La pandemia avaló tristemente sus narrativas, evidenciándonos esos primeros vacíos por cubrir.
El problema de los discursos es que tienen el riesgo de estancarse en las palabras e incluso en acciones que pueden llegar a contrariarnos. Y no sólo en lugares utópicos, también entre los actores ubicados en la obviedad catastrófica del sentido común, en esa capacidad de análisis individual que poco nos permite trascender de forma colectiva y fundamentada. Porque hablamos mucho, desde diversas posiciones, pero, ¿sabemos realmente qué implica apostar por un modelo sostenible de turismo? ¿Con qué herramientas y metodologías podríamos contar para ello?
Según el principio cuatro de la Carta Internacional sobre Turismo Cultural, las "comunidades anfitrionas" deben involucrarse en la planificación turística. Igualmente, el principio cinco establece que las actividades del turismo y de la conservación del patrimonio deberían beneficiar a la "comunidad anfitriona". Es este último concepto, sin embargo, uno de los principales vacíos de las nuevas y viejas narrativas: en la gestión turística, a pesar de ser el principal actor, su protagonismo es entendido de manera muy parcial, puesto que sólo una parte se ocupa activamente de ello (profesionales e instituciones del sector), representando posiciones e intereses concretos que en cambio se nos presentan como bien común y que en muchos casos digerimos como verdaderos dogmas de fe.
En relación a este papel, lo que encontramos en la literatura científica nos lleva por dos caminos hasta ahora poco explorados y que pasan por aumentar los beneficios a la población local -bien aplicando una tasa turística cuyos ingresos repercutan de forma clara y directa a favor de la vecindad, o, con proyectos innovadores que lo empleen efectivamente en la lucha contra la desigualdad en sus diversas formas-, y, por mejorar la participación de la comunidad en la planificación y la explotación turística.
No obstante, si escuchamos el sentir de la calle, parece claro que nuestra capacidad de acogida, noción en principio esencial para la planificación y toma de decisiones, ha llegado al límite. Desconocemos si esto se está midiendo cuantitativa y cualitativamente, pero existen fórmulas metodológicas de indagación como la Capacidad de Carga Turística (CCT) o el Cálculo de Acogida Turística Multicriterio (CATUM) que pueden sernos de utilidad. En cualquier caso, éstas y otras metodologías también nos indican la necesidad de generar más conocimiento y participación para mejorar las respuestas y avanzar en el tipo de comunidad anfitriona que queremos ser. ¿Dónde debemos fijar este límite? ¿Nos servirían los estándares o deberíamos articular esto localmente? ¿Qué prácticas turísticas concretas son las que nos perjudican claramente? ¿Cómo las vamos a identificar, a afrontar, a medir, a transformar? ¿En dónde va a recaer esta responsabilidad? ¿Quiénes estarán implicados en su evaluación y seguimiento?
Capacidad de acogida
Aprender a comprender esa capacidad de acogida pasaría entonces por dimensionar mejor dónde establecemos nuestros márgenes, cómo normativizamos para evitar a tiempo esos cambios indeseables que no queremos para Toledo. Así, ocurre que dicha capacidad literal se suele traducir en camas o alojamientos disponibles, visitas, o pernoctaciones; su sostenibilidad o viabilidad ecológica en cambio, se debería contrastar con las viviendas disponibles para asentar población residente. Los que vivimos en el barrio sentimos una primera y clara evidencia: la situación actual del Casco Histórico de Toledo es insostenible. A
nuestro alrededor, entre nuestra vecindad, comprobamos cada día lo difícil que es encontrar vivienda asequible o mantenerla en el tiempo. Si esta realidad sentida y vivida, junto a otras percepciones de dificultad, tienen un peso significativo, ¿por qué no estudiarlo en profundidad y establecer indicadores propios que nos permitan actuar? Pasaríamos de estas otras retóricas de la insostenibilidad, a la definición de retos comunes dentro de este entramado en donde todas las partes podrían actuar más corresponsablemente. ¿Por qué no hacer esto de manera rigurosa, informada y consensuada?
Las cifras pueden ayudarnos a reflexionar, pero también sabemos que no existe una relación directa entre el número de visitantes y los impactos. Además, debemos considerar que existen otras dimensiones en esa capacidad de acogida que nos ubican más en un terreno simbólico, en donde entran en escena componentes mucho más complejos que un número de personas, viviendas o alojamientos. Desde aquí, puede ocurrir que una percepción catastrófica se imponga con datos relativos, o, al contrario, que a pesar de las dificultades expresadas por los residentes, sigamos defendiendo como éxito un modelo expansivo de crecimiento ilimitado. También existen las estrategias que permiten aumentar las visitas disminuyendo al mismo tiempo las repercusiones negativas. Casi todo está inventado si se trata de seguir engordando al monstruo de la especulación y la divergencia.
Por ello más que fijar estándares generales que definan a priori la presión turística, es preferible hablar de "Límites de Cambio Aceptable" (LAC), término muy empleado para monitorizar zonas naturales). Esto conlleva estudios de campo, encuestas constantes y encuentros para poder ir ajustando impactos y medidas, según afloren las preocupaciones o los nuevos objetivos a cumplir. También aquí como parte metodológica sería fundamental definir colectivamente los valores, elementos o cualidades que queremos potenciar o mostrar como nuestra/s cultura/s, y quién/es nos representan. Y estas subjetividades nos llevan a otra manera de hacer "contando con", partiendo de una realidad cambiante que observa las relaciones como procesos ecosistémicos a largo plazo y donde el cómo se atienden en cada momento resulta más importante que el qué se hace.
"No hay fórmulas mágicas"
¿Cuál es la fórmula local para la convivencia que necesita Toledo para que se pueda hablar de un turismo sostenible? ¿Esto se solucionaría con una ordenanza o instrumentos numéricos de control? Es cierto que la normatividad puede ayudar. Por ejemplo, el Anteproyecto de Ley de Ordenación Sostenible del Uso Turístico de Viviendas plantea entre otras cuestiones que el 90% de la edificabilidad residencial deba destinarse a domicilio un uso residencial. Pero este marco legal general no nos asegura si quiera su cumplimiento, incluso en ocasiones, podría llegar a ser contraproducente si no atendemos a factores territoriales y dinámicas propias.
El problema es que, con los actuales mecanismos de gobernanza existentes en las ciudades turísticas, la flexibilidad procesual que supone este reto de la sostenibilidad resulta difícil: implica impulsar espacios estables de relación, diagnosis, diálogo y acuerdo. Requiere de evaluación cíclica y políticas permeables asentadas en el conocimiento y la fluctuación de datos, percepciones, necesidades y potencialidades. Y de una fuerte labor de socialización de toda la información resultante, porque podemos llegar a una gran pérdida de energía reflexiva si carecemos de ella. Procesos que, por otro lado, cada vez encontramos más útiles para nuestros barrios, en un marco europeo donde la co-gobernanza debe ejercerse efectivamente para la aprobación e implementación de cualquier propuesta de desarrollo local.
No nos engañemos. No hay fórmulas mágicas ni iluminados a los que seguir, pero sí metodologías activas que sumen protagonistas y miradas que ocupen esos vacíos actuales con sus importantes incógnitas. Caminos por explorar más acordes con lo que se viene definiendo como sostenibilidad turística, y que nos permitirían pasar de la incomprensión y la especulación a la escucha, el análisis y una acción colectiva a construir más satisfactoria.