
En la colonia penitenciaria militarizada que construía la Academía de Toledo en los años 40 del siglo XX se 'distinguía' a los presos con mejor comportamiento en el tajo / Foto del libro 'Los presos que construyeron la Academia de Toledo'
'Los presos que construyeron la Academia de Toledo, con ese olor a guerra detrás' (Toletum Revolutum, 2025) es el título del nuevo libro que publica el periodista Enrique Sánchez Lubián (Alcázar de San Juan, 1956), en el que aborda cómo se produjo la construcción de esta infraestructura por parte de quienes formaron parte de la colonia penitenciaria militar en la dictadura franquista.
"Fueron utilizados como mano de obra barata y forzada y eso ha sido enmascarado", explica el autor, que recoge la historia de personas como Jesús Amorós Buendía, un sastre murciano preso del franquismo. Él, como muchos otros, cumplió su pena en la colonia penitenciaria trabajando en la construcción de la Academia de Infantería de Toledo.
Afiliado al PSOE, ingresó en prisión en julio de 1939. En enero, un consejo de guerra le condenó a muerte, aunque la pena le fue conmutada por trabajos forzados. En 1942 llegó a Toledo, procedente de Burgos.
Su mujer Lourdes Carrillo se quedó en Jumilla. Lavaba la ropa a los huéspedes de una fonda. Entre ellos estaba el hijo del capital Gumersindo Gómez, destinado a las obras de la academia toledana. Ese azar le permitió trasladarse con sus dos hijas a Toledo, junto a la colonia penitenciaria. Allí subsistió lavando la ropa de los militares y pudo estar cerca de su marido que logró salir en libertad condicional el 8 de julio de 1945.
Georgina tiene 91 años. Es una de las dos hijas de aquel sastre murciano. Estará en Toledo el próximo 14 de mayo. Se presenta el libro que habla de su padre y de los más de 3.000 presos condenados a trabajos forzados que levantaron una edificación militar que sigue activa como parte de las instalaciones del Ministerio de Defensa. Su función es la de formar cadetes de infantería.
Cuando cumplió once años, en abril de 1945, Georgina Amorós recibió como regalo un juego de parchís. Todavía lo conserva. En el centro tablero hay una foto de su padre. En las casillas del juego hay fechas impresas. Desde el cumpleaños de Georgina, el de sus padres y su hermana Olga, hasta la fecha en la que condenaron a su padre a muerte y la que marca cuando conmutaron la pena por los trabajos forzados.

Maqueta de la Academia de Infantería de Toledo que Franco construyó en Toledo / Imagen del libro 'Los presos que construyeron la Academia de Toledo, con ese olor a guerra detrás'
El libro que ahora ve la luz surgió de la inquietud del periodista. “Había visto muchas fotos de esos presos trabajando. Me preguntaba quiénes eran. No se había escrito nada sobre esta colonia penitenciaria”, explica Sánchez Lubián, que le ha dado a la publicación un subtítulo significativo. “Con ese olor a guerra detrás” es un fragmento de la canción A vosotros que el dúo Víctor y Diego cantaba en los años 70 del siglo XX.
Las colonias penitenciarias militarizadas fueron herramientas punitivas que usó el franquismo. Eran una de las instituciones para ‘redimir penas’. Una ley de 1939 encomendaba la ejecución de obras públicas consideradas convenientes para la economía nacional a los trabajadores penados. “Fueron utilizados como mano de obra barata y forzada y eso ha sido enmascarado. Se dijo que quienes destruyeron España tenían la obligación de reconstruirla y que era además una obligación moral para con sus familias”, dice el periodista, quien matiza que “en realidad el régimen les necesitaba para poner en marcha el país”.
La Academia de Infantería de Toledo fue levantada por la 5ª Agrupación de Colonias Penitenciarias Militarizadas por la que pasó, entre otros, el que a la postre sería secretario general de CCOO, Marcelino Camacho.
Cuando las tropas franquistas tomaron Toledo en septiembre de 1936, el Alcázar que había albergado la Academia de Infantería desde 1875 estaba muy dañado. Habría que esperar hasta 1940, con la guerra ya terminada, para que el general de brigada Vicente Rodríguez Rodríguez, director general de Fortificaciones y Obras del Ministerio del Ejército, pidiese al alcalde de entonces, Andrés Marín, la cesión de casi 800.000 m2 en terrenos para construir la nueva edificación, por la que Toledo recibiría 600.003 pesetas.

Parchís conservado por Georgina Amorós, con el retrato de su padre Jesús, con las fechas de su condena a muerte y la posterior conmutación de la pena / Foto cedida por Ignacio Aroca para el libro 'Los presos que construyeron la Academia de Toledo'
Los terrenos estaban atravesados por una antigua vía romana que unía Toledo con Córdoba, se extendían junto a una popular venta conocida como Parador de Macho y también junto al barrio de San Blas. El proyecto contemplaba incluso un espectacular viaducto que uniese el Alcázar y la nueva academia. No llegó a ejecutarse.
El 1943 el general Luis Bermúdez de Castro escribía en la revista Ejército sobre el proceso de construcción. Ya se habían edificado unos 25.000 metros cuadrados. Decía que las futuras instalaciones serían “una verdadera ciudad militar” y, además, “muy superior a la afamada West Point, de los Estados Unidos”.
Un año antes habían llegado los primeros obreros. Eran tiempos de esclavismo en España para los perdedores de la guerra si conseguían librarse del fusilamiento.

Camino que comunicaba Toledo con la localidad de Burguillos, atravesando el desaparecido barrio de San Blas sobre el que se construyó la Academia de Infantería / Foto: Colección Alba. Archivo Municipal de Toledo
Para construir la academia hubo expropiaciones. Un barrio entero. San Blas hoy no existe. Se ubicaba en las inmediaciones del castillo de San Servando. Allí vivían unas 200 personas. El expediente con las compensaciones económicas a 44 propietarios todavía se conserva en el Archivo Municipal de Toledo.
La familia de Vicente Paniagua Martín fue la última en abandonar el barrio. Ahora tiene 94 años y cuenta cómo lo vivió siendo un niño ajeno a mucho de todo aquello. Otras familias como la de Carmen García Fernández también se fueron de San Blas. Primero a Sonseca y luego de vuelta a Toledo, al que hoy se conoce como barrio de Santa Bárbara.
Esta parte de la ciudad, hoy revitalizada con la estación del AVE, creció en buena medida porque muchas familias de los presos se instalaron allí, levantaron viviendas en las laderas de Santa Bárbara sin agua corriente, electricidad o saneamiento para estar cerca de los suyos. Algunas de esas familias ya no se marcharon. “Fue el germen de un vecindario muy reivindicativo”.
Las obras en la Academia no terminaron hasta finales de los años 60. “Mi intención es que se conozca esta parte de la historia. Muchos en Toledo no lo saben”.
La vida al otro lado de la alambrada
Sánchez Lubián ofrece también una pincelada de la vida tras las alambradas de la colonia penitenciaria en los años 40 del siglo XX. Como la de uno de los presos, Antonio Lucas Escribano, que conoció a su mujer Apolonia en uno de los viajes a una población cercana, Bargas, para cargar arena. Se casaron en la colonia.
El lugar fue en sí mismo una pequeña ciudad. Los presos percibían remuneración mínima - salieron del lugar con 'ahorros' de 10 o 12 pesetas- mientras el régimen trabajaba en su ‘reeducación’ moral, ideológica y religiosa.
No ha sido fácil documentarlo porque “la información está muy dispersa”, reconoce el periodista. Algunos presos se fugaron o al menos lo intentaron, como José Gata Muñoz, Francisco Vázquez Muñoz, Tomás Hermoso Lozano y Juan Maya Hermoso, todos originarios de Huelva.

Antonio Lucas Escribano (Villalgordo de Júcar. Albacete) y Apolonia Albarrán Parrilla (Serrejon, Cáceres), contrajeron matrimonio en la colonia penitenciaria habilitada por Franco para construir la Academia de Toledo / Imagen cedida por Amadora Lucas Albarrán
No se trata de un libro de historia militar ni tampoco sobre arquitectura. Habla de gente invisibilizada y represaliada durante la postguerra. En ocasiones se adentra en el papel de las empresas, algunas de ellas muy conocidas en la actualidad. Incluso se cuenta cómo la colonia ofrecía posibilidad de promoción a los militares y habla del papel de los funcionarios civiles. Incluso de cómo, a pesar de todo, se forjaron relaciones personales entre quienes habían sido enemigos tras las trincheras.
El libro no quiere ser revanchista, dice el periodista, pero no olvida que se trataba de represión y reconoce haberse sorprendido con “la frialdad” de lo que se documenta en los consejos de guerra, en particular cuando el destino final fue el fusilamiento.
“Devolver el derecho a la memoria”
El periodista ha buceado en los archivos militares y civiles, ha hablado con familiares de aquellos presos, algunos de ellos testigos directos de aquella época. “Quería ponerles nombre y cara. Por allí pasaron más de 3.000. Se trata de evitar deshumanizar la realidad de la represión y devolver a estas personas el derecho a la memoria”.
¿Quiénes eran? ¿De dónde procedían? ¿Por qué fueron condenados? “Los datos hay que tomarlos con reserva. A muchos se les atribuyen cuestiones y cargos políticos que constan en los consejos de guerra, pero la fiabilidad de esos cargos que se les imputaron hay que verla entre comillas”. La propia Ley de Memoria Democrática de 2022 declara la ilegalidad e ilegitimidad de los tribunales u otros órganos que tras el golpe de Estado de 1936 impusieron condenas o sanciones motivos ideológicos.
El autor advierte también del “relato” mantenido durante décadas por las propias familias de los presos y que no coincide con los expedientes abiertos por el régimen franquista. “Hubo muchos silencios, por miedo, para protegerse y proteger a las familias cuando terminó su condena. No querían que se supiera. Ese mismo relato se ha alimentado también con la cerrazón durante décadas de los archivos militares para poder comprobar la veracidad de la información”.
Se ha incluido un anexo de casi cien páginas sobre los penados. Eran albañiles, chóferes, labradores, cerrajeros, poceros, ferroviarios, canteros, peluqueros, carpinteros… También había ingenieros como Antonio Grancha Baixauli, Salvador López Balmori o Julián Diamante Cabrera. O peritos industriales como Manuel Morán Robles y el arquitecto Juan Pablo Villa Pedroso.
Toledo aspira a ser 'Luz de Europa', a ser Capital Europea de la Cultura en 2031 como plantea el ayuntamiento. No puede serlo si hay sombras en materia de memoria democrática"
Más de veinte años después de que el Congreso de los Diputados aprobase solicitar al Gobierno de España señalizar aquellos lugares en los que muchos, de forma obligada, ayudaron a la reconstrucción del país tras la guerra civil, el mandato sigue sin cumplirse. Ni siquiera aunque esté recogido en la Ley de Memoria Democrática. “Muchas familias esperan todavía reconocimiento por parte del Estado”, apunta el autor del libro.

Celebración religiosa en la 5ª Colonia Penitenciaria Militarizada de Toledo / Foto: colección particular cedida para el libro 'Los presos que construyeron la Academia de Toledo'
“¿Qué daño hace una placa que reconozca a quienes construyeron la Academia de Infantería?”, se pregunta.
Ocurre lo mismo con otros lugares de la ciudad, levantados o reconstruidos gracias al trabajo forzado: los ‘bloques’ de la avenida de la Reconquista, para los que se constituyó un destacamento penal expreso, los chalets de la Escuela Central de Gimnasia, el Alcázar o la plaza de Zocodover.
“Toledo aspira a ser 'Luz de Europa', a ser Capital Europea de la Cultura en 2031 como plantea el ayuntamiento. No puede serlo si hay sombras en materia de memoria democrática”, advierte.
El libro se presentará el 14 de mayo, a las 18 horas, en el Centro Cívico del barrio toledano de Santa Bárbara