Para poder interpretar una obra de arte resulta esencial entender el contexto en el que se hizo. Conocer la situación particular del artista, su motivación para crear o los movimientos sociales de la época nos puede ayudar a analizar mejor cualquier pieza artística. Esto es precisamente lo que pretenden en el Museo de Santa Cruz con la exposición comentada que realizan sobre 'La Pieza del Mes'.
Se trata de una actividad impulsada por la Asociación 'Museo de Santa Cruz, ¡Vivo!' que en su decimosexta edición se dedica a 'La Inmaculada Oballe', obra de Doménikos Theotokópoulos, una de "las más sublimes -y últimas- producciones" del pintor cretense y que surgió tras el encargo de Isabel de Oballe, una toledana "muy desconocida" que emprendió un viaje hacia las indias para hacer fortuna en el siglo XVI.
Con la intención de conocer más de cerca la figura de esta mujer y su relación con la obra de El Greco, hablamos con Rosalina Aguado Gómez, doctora en Historia del Arte. Ella es la persona encargada de los comentarios sobre la pintura y de destacar los valores de Isabel de Oballe durante los cuatro días que va a tener lugar la actividad que se iniciará el 8 de marzo con motivo del Día Internacional de la Mujer, aunque también se podrá disfrutar de ella el 11, 18 y 25 de marzo -a partir de las 12.30 horas, con acceso gratuito, en el Museo de Santa Cruz-.
"Se sabe poco de ella. Debía ser una buena persona, con un coraje extraordinario y de fuerte carácter", señala Aguado, que explica que la dama toledana quiso destinar parte de la fortuna que acumuló en Perú a una capilla personal en la parroquia de San Vicente Mártir, en Toledo, que precisamente se reconstruyó en esa época. Sin embargo, Isabel no pudo regresar a su ciudad natal y no llegó conocer la capilla, cuyas obras se encargaron en un principio al pintor genovés Alessandro Semini.
De Toledo a Perú
Su madre, Isabel de las Martas, era oriunda de Esquivias (Toledo), y el padre, Juan de Oballe -sofiel en el Ayuntamiento-, era natural de Salamanca. La familia residía en el barrio de San Lucas, en el Casco Histórico. Isabel decidió emigrar hacia el año 1530 porque, según habría declarado un vecino con el que tenía mucha familiaridad -Bartolomé de Robledo-, "su padre y su hermano la aporreaban y trataban mal".
"En lugar de doblegarse, se marcha acompañada de Mendo Ramírez -el hijo del portugués-, cuya familia tenía rentas de carne y pescado en el mercado de Toledo", explica Aguado, que subraya que Isabel primero viajaría hasta Sevilla, en carretas. Allí esperaría para poder embarcar en los galeones o buques de la época, "que debían ser absolutamente angustiosos por la falta de intimidad, con las letrinas en la puerta del barco". "Tuvo que tener una valentía y una determinación increíble", agrega.
Isabel de Oballe se casó dos veces pero no tuvo hijos. Su primer marido fue Cristóbal de Burgos, un hombre ligado a la nobleza que en un viaje a España se presentó para "hablar con el rey". Tras su fallecimiento, la segunda con Pedro López Sojo, entroncado con la nobiliaria casa de Soja. "A él le dejó como heredero con la condición de que no se volviese a casar", explica la doctora en Historia del Arte.
Testamento
"El no tener hijos con ninguno de sus maridos y haber encontrado una posición holgada en sus dos matrimonios contraídos en Indias es lo que le facilitará poder encomendar ciertas obras que de hecho requerían la posesión de una fortuna, como es fundar capellanías y obras pías", según recoge Almudena Sánchez-Palencia Mancebo en 'Una toledana en indias: Isabel de Oballe'.
Isabel volvió a España, pero falleció en Sevilla, por lo que no pudo regresar a su Toledo natal en vida, aunque sus restos sí que serían trasladados posteriormente. "El marido, que luego se casó con Inés de Salazar y tuvo un hijo, hizo viajes para arreglar el testamento y falleció en Madrid, por lo que el Ayuntamiento de Toledo se hizo cargo de todo. Sin embargo, su posterior mujer miró por su hijo y emprendió acciones legales -cuyos documentos están en el Ayuntamiento- porque quiere la fortuna", explica Aguado sobre las dificultades que se dieron después para poder cumplir con los deseos expresados por Oballe.
Una vez se solventaron las trabas legales para poner en marcha su testamento, el Ayuntamiento se encargó de comprobar si la iglesia de San Vicente, que se estaba reconstruyendo, disponía de las condiciones que permitiesen instalar la capilla demandad por Isabel. Tenía que constar de un altar y una pintura al fresco que iba a realizar Alexandro Semini, quien falleció de repente en 1607. "Entonces pensaron en El Greco. Lo contratan porque es amigo pero él pone sus condiciones", señala Aguado, profesora de Historia del Arte en la Escuela de Artes de Toledo y académica numeraria de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.
El artista cretense consideró que era mejor un lienzo y también optó por hacer un retablo. En total, se componía de cuatro pinturas condicionadas por la propia arquitectura de la capilla: San Pedro -en recuerdo a segundo marido-, San Ildefonso (patrón de Toledo), la Inmaculada Concepción y otra obra que representa a La Visitación y que hoy se conserva en Estados Unidos.
La Inmaculada Oballe
Sería una de las últimas obras que hiciera El Greco, pues falleció en 1914. En ella se resumen todas sus aportaciones artísticas a la pintura universal; el alargamiento y la espiritualidad de las figuras, los contrastes lumínicos, las intensidades tonales del color y el tremendo movimiento ascensional que imprime a toda la escena, de composición vertical, donde se separan los universos terrestres y celestes. La obra es propiedad de la parroquia de San Nicolás de Bari en Toledo y depositada desde 1965 en el Museo de Santa Cruz.
"La Virgen aparece ligeramente inclinada, cruzando sus manos en el pecho, arrobada por la intensidad del momento, mientras se rodea de ángeles músicos, serafines y querubines que la acompañan y la elevan. En la parte superior destaca la paloma del Espíritu Santo, irradiando de luz toda la escena, mientras que en la parte inferior encontramos una evocación nocturna de Toledo, trasunto de la Civitas Dei, donde se dispersan los símbolos marianos recogidos en las Letanías de Loreto, las rosas y los lirios, -símbolos de pureza-, el espejo sin mácula, la fuente de los jardines, el pozo de aguas vivas y la Stella Maris, la estrella de los mares, que guía y protege a los marineros en peligro de naufragio", explica el Museo de Santa Cruz en la descripción que hace de la misma.
Esta joya fue expuesta en el Museo del Prado, donde se presentó por primera vez tras la restauración que realizó Rafael Alonso tras el amplío estudio que se realizó sobre su estado de conservación en el año 2003. En el catálogo que se elaboró para la muestra, se recoge que 'La Inmaculada Oballe' permaneció expuesta en San Vicente en el retablo concebido por el Greco para ella hasta que fue trasladada en calidad de depósito al Museo de Santa Cruz.