Aliquid stat pro aliquo, o sea, algo está en lugar de otra cosa es la definición clásica de signo. Hablamos de 'Signos de una antigua diosa'. Diosa deriva del indoeuropeo deiwos que significa brillar o ser blanco. Antiguo es como mejor se decía viejo en latín, es decir, que existe desde hace mucho tiempo, no se trata de que no vaya a morir nunca, sino de que estará en nosotros hasta que muramos.
'Signos de una antigua diosa', el libro de María Antonia Ricas que ha ganado el premio Álvaro de Tarfe de poesía 2025 creo que es el primer libro de senectud de mi querida amiga. Al escuchar la palabra senectud de mis labios, la poeta se estremeció. La palabra senectud es el periodo que en la vida sigue a la madurez, lo que parece aludir solo a vejez, etapa de la vida que hoy escondemos, olvidando que senex, en latín quiere decir viejo, sí pero, sobre todo, sabio, ojalá el senado español no estuviera colonizado por una pandilla de idiotas.
No es ese nuestro asunto, sino comentar el espléndido libro en el que la poeta toledana se contempla a sí misma en el espejo de otras mujeres que fueron decisorias en su vida para que el recuerdo y la memoria, la pérdida de la juventud y los seres queridos, la contemplación serena de la naturaleza revelen el sentido de esta vida en su inmanencia, así sobrevivo, / vivo, / revivo huraña, confiesa: He olvidado a mis padres, cuento / los papelitos que canjeo / con el aire para que vuelen / -nadie debe leerlos, nadie, creo que miente el animal solitario que se ha revelado en poema.
Que yo sepa María Antonia siempre ha vivido en Toledo, pero muda de repente en Anfititre, esposa de Poseidón, señorea en Naxos, donde Dionisio encuentra y consuela a Ariadna, lugar de bodas divinas órficas y danzas rituales, mi reino nunca / es de este mundo / aunque quizás hubo un día donde, / en la playa de Naxos, fui / complacida cuando bailaba. Traza el libro Delfos, el siguiente poema, su poética, empaparía el satén de seda de mi vestido Fortuny –yo, hecha de agua en la fuente Castalia, yo en trance; sí, voy a hablar, voy a confirmar que tengo razón, me han regalado los vínculos con el otro lado de los espejos.
De nuevo Alicia, la niña mujer de Lewis Carroll, se impone en la poética de María Antonia, que se hace añicos transfigurándose detrás el azogue donde se contemplaron las antiguas diosas que ella celebra poema a poema. Todas esas mujeres se conjuran juntas en el poema Gran Madre, que invoca a Cabiria, diosa iniciada en los secretos del fuego y la fecundidad, y de la muda, de la transformación, de la metamorfosis, comprendo que tu niña no estará / siempre y tu alegría se mudará / al paraje del barro y los ocres. Ah, Diosa, / ahí deseo estar. Te ofreceré / mis frutos, o sea, mis poemas, mis mudas en otras mujeres, como en la poeta Anne Sexton, Diosa fumando cigarrillos Salem, dice, por eso no leeré 'Menstruación at Forty' con un favorecedor vestido oscuro, por supuesto con el cigarrillo en la mano, deteniéndome en el segundo verso porque ladre nuestro perrito.
Muchas de esas mujeres en las que la poeta se contempla son anónimas y, en otras, María Antonia recurre a la écfrasis, el arte de hacer hablar a las imágenes, en este caso de mujeres, con palabras, recurso recurrente de su obra. El poema Cabeza de muchacha. Leonardo Da Vinci, puede ser cualquier mujer que el genio italiano contempló, pero también la de cualquier muchacha con la que nos cruzamos en nuestras vidas, su mirada, si la vieras… Me miraba sin verme, concluye el poema anafórico.
En los primeros versos dice, si la vieras… aunque no puedes verla, ya no puedes verla, se ha marchado, no volverá, como todos, eternos fugitivos, como la chica del Pentimento de Fragonard, quién será, aún una niña leyendo / quizás un libro de amor, quizá / su vida. María Antonia, todas esas mujeres han sido María Antonia Ricas en los poemas, ese es el juego de 'Signos de una antigua diosa', así, en Como la sibila de Anglada Camarasa, dice la poeta, chasqueo los dedos, / algo me desnudo, algo me resguardo / en mí. No puedo atender a todos los poemas ecfrásticos del libro, me gusta en especial el que cierra la serie, Fotografía de dos amigas juntas: Leonor Fini y Leonora Carrington, dice y, para terminar, tendría una amiga si se dejara retratar conmigo, con todas tus amigas, tus diosas, me dejaba retratar yo, con La mujer libélula de Remedios Varo, con Anna Ajmátova, en especial, con María Zambrano, aunque me costara, estoy seguro, volver a fumar.
Quiero acabar glosando el poema Kintsugi en Gaza, estábamos hechos de loza / finísima, o si quieren, éramos seres humanos, seres de tierra. Hasta que nos tiraron / al suelo, hasta que, derramados, / conocimos el peligroso / modo de los escarabajos, como Gregorio Samsa, al descubrir que ya no es un hombre, algo absurdo, porque lo trágico sería que una cucaracha o un escarabajo piense como un hombre, que es lo que ocurre en el memorable libro.
Kintsugi no es en principio ninguna diosa, sino una técnica japonesa, significa literalmente unión de oro, pues su arte restaña los objetos de cerámica rotos. Pero en el poema funciona como un arquetipo, como diosa de la reparación o el renacimiento, una Cabiria oriental, pero… algunos no pudieron: / demasiadas astillas, pechos / desmenuzados, maxilares / sin dientes, denuncia la poeta, y bebimos por ellos / antes de volver a morir / bajo las bombas. Gaza, lugar del crimen, símbolo contemporáneo de la devastación, encarna en sus criaturas de barro la fractura perpetua que no puede repararse con oro, porque no hay posibilidad de reparación. Kintsugi en Gaza une dos imágenes incompatibles, y por eso mismo, poéticamente fértiles, la palabra como oro sobre la fractura del mundo mantiene viva la memoria de lo roto. Acto de resistencia poética Kintsugi en Gaza nombra la imposibilidad y a la vez la necesidad de reparar.












 
  
  
  
  
  
 