El parque se medio vacía y se quedan pocos niños. Los cuento en un momento de no saber qué hacer, siguiendo ese instinto infantil, a ver hasta dónde llego. Catorce niños me salen, con catorce familias respectivas. Hace un rato, cuando había alboroto seríamos quizás cincuenta niños con sus respectivos acompañantes. Hay alguna abuela, algún abuelo que se entretiene y ríe con el juego de los nietos y los ajenos, y otros simplemente se han venido con la vecina a pasar la tarde bajo la sombra de los árboles y a la orilla del río, porque la vida es siempre motor de más vida. Agua y verde siempre es un buen lugar donde expandirse en verano y cobijarse de las altas temperaturas
Los juegos de los niños van variando, algunos con los columpios, otros con los árboles que resguardan su juego, otros al escondite o creando cazas del tesoro.
Algunos adultos vigilan pero la mayoría con la relajación que suele venir de la mano de la tarde estival, descansan en alguno de los bancos de piedra o de madera habilitados para ello, otros directamente dormitan en la hierba, y otros charlan animados entre ellos. Los adultos pues con nuestro juego, el de hablar y descansar. En un extremo del parque transcurre un río que aporta un aire bucólico al momento.
Yo, en una lucha interna por decidir si seguir charlando, mi deporte favorito, o descansar un rato por la noche larga que nos espera, he optado por dormitar. Cierro los ojos y oigo los gritos de fondo de los niños, que no retumban, en el aire libre suenan al ritmo de las hojas de los álamos que se mueven con la brisa veraniega y el fluir del río. Una gozada de lugar. Por si hay alguna duda, no, no estoy en Toledo.
Mi tendencia de llevar lo que me rodea a mi terreno hace que me imagine qué sería tener este parque en el Casco, o incluso, venga vamos a soñar, en la orilla del Tajo. Unos columpios relativamente sostenibles, de material de madera, adecuados a las necesidades de distintas edades, con suelo de caucho para posibles caídas, bancos de piedra o madera para sentarse todo el mundo, alguna que otra mesa de picnic, sombras, con fuentes de chorro para refrescarse los críos y toda persona que se anime, o mejor aún, con un Tajo que fuera un río de agua y no un vertedero.
Quizás, solo quizás, los veranos serían más llevaderos. Quizás solo quizás, los niños podrían salir de casa y los mayores podrían despejarse un rato sin temer un golpe de calor. Quizás confirmaríamos un poco que, como decía Tonucci, una ciudad buena para los niños es una ciudad buena para todos.
Toledo tiene un sello de la infancia, pero aún vive dando bastante la espalda a su infancia y juventud. En verano en realidad da la espada a todos, se convierte en parrilla, y es un sálvese quien pueda. Fomentar y cuidar sus espacios, verdes y con agua, de juego y crecimiento es bienestar para todos. Los más mayores, grandes olvidados, se beneficiarían con espacios de sombra y de vida, las familias tendríamos un lugar donde nuestros hijos pudieran jugar algo más libres de las pantallas de las que se tiende a abusar estando entre cuatro paredes. Y todo ello gratis, o pagado por el Ayuntamiento, es decir por todos, sin tener que pagar por ir a un espacio donde poder respirar. Los niños podrían jugar al aire libre, con más niños sin perjudicar a la economía de sus padres, ni riesgo de tener una insolación.
Pienso en el Tajo, pero me viene a la cabeza todo el municipio, y en especial el Casco. Un precioso entorno que desde junio hasta septiembre se convierte en un secarral, y que sin duda con el cambio climático empeorará. Algo se podrá hacer para adaptar la ciudad a esta realidad que ya está encima, para hacerla más habitable, vivible y disfrutable todo el año.
Fuentes, naturaleza y sombras urgen. Fuentes pero no de adorno, sino de chorro grande, donde los niños puedan jugar mientras se empapan y protegen de las inclemencias, y a los adultos nos salpica algo de la humedad que tanto escasea en el barrio. Verde, naturaleza diversa que no solo traiga vida, sino también y sobre todo oxígeno y frescor. Sombras, que pueden venir de columnas o barras acompañadas de enredaderas que crezcan y den aún más sombra, de toldos, de redes tupidas, de árboles.
Se acaba de anunciar un plan de replantación de árboles, pero con el inconveniente de las raíces es muy posible que en el Casco se quede escaso. Y en el Casco necesitamos verde, y mucho. No pensemos solo en árboles, adaptemos la vegetación al entorno, pero pongamos verde, el que sea, arbustos, enredaderas, lavanda y romero, lo que sea, pero que haya más vida entre tanta piedra.
Sea como fuere con lo que tenemos, hay que buscar alternativas. Pensar qué Toledo queremos. Con un Casco histórico para convivir todo el año, o un barrio de piedra donde en junio ya salta la voz de alarma del "sálvese quien pueda", con turistas incautos, muchos locales soñando con huir y buscando sombras, con un río muerto y sus orillas desaprovechadas. Una ciudad con sellos, o con realidades y espacios para todos.
Lo que tenemos podemos pensar en mejorarlo, y si se encuentran soluciones a medio y largo plazo, podemos hasta hacerlo. A ver si en este año electoral sucede, y Toledo honra a sus ciudadanos convirtiéndose en una ciudad del siglo XXI más sostenible, más propicia para los niños, y por tanto para todos, durante todo el año.
Marta Romero Medina