Comentábamos en entregas anteriores los problemas que, para la restauración, construcción y rehabilitación de edificios, supone el tratamiento de fachadas y de medianeras. Hoy nos centraremos en el análisis de las cubiertas o 'cielos' de nuestras ciudades.
No hace falta en Toledo o en Cuenca, para contemplar y admirar sus vistas aéreas, la utilización drones, globos u otro tipo de aparatos. Basta con subirse a las cumbres inmediatas, dar la vuelta al 'Valle' o a las Hoces, asomarse a las ventanas del Alcázar o del Museo Paleontológico. Por ello y porque así lo requiere la conservación de nuestro patrimonio, deberíamos ser estrictos con el tratamiento que damos al 'techo' de nuestras ciudades y localidades declaradas.
Son muchas argucias las utilizadas para levantar volúmenes por encima de lo que estaba previamente construido. Durante el proceso de obra o rehabilitación, se busca sacar provecho del espacio aéreo, interpretando las mediciones de altura bajo rasante utilizando la cota más conveniente a los intereses especuladores, realizando retranqueos o habilitando espacios bajo rasante o bajo techo.
Entramos en una casuística de laxitud donde la falta de control tras la aprobación del proyecto de obra o rehabilitación, nuevos volúmenes, ubicación bajo cubierta de espacios habitables habiendo previamente subido unos centímetros la fachada o inclinando sobremanera las vertientes de techumbre –vean en la fotografía el inmueble situado en la calle Sillería de Toledo-, al tiempo se ponen boardillas y tragaluces o ventanas en los paramentos más inverosímiles –véase la fotografía de la calle del Nuncio-.
Otras veces se abren terrazas donde antes no las había o se amplían. Terrazas qué, si en un primer momento son descubiertas, al poco se cubren o se terminan cerrando con superficies acristaladas o definitivamente de obra, que se incorporan como espacios útiles y habitables. Y, lamentablemente en muchos casos se cubren, como puede comprobarse, con planchas onduladas de zinc o de PVC.
Son todos ellos elementos que disturban la lectura histórica de nuestras ciudades, ajenos completamente a las Ordenanzas municipales tradicionales, materiales y usos que los maestros de albañilería y oficios han ido utilizando en la construcción del caserío de las mismas.
Decía en estas mismas páginas, el compañero en columnas de opinión, Tomás Marín Rubio, que las placas solares, bien planteadas y situadas, pueden ser compatibles con el ornato urbano de los centros históricos, u ocultados oportunamente. Estamos seguros que la tecnología permitirá, en breve tiempo, imitar perfectamente la teja árabe para instalarse con más disimulo en estas áreas protegidas.
Esperemos que no cunda el ejemplo en la instalación de los aparatos de aire acondicionado u otros aditamentos que, aunque intenten disimularse, rompen la magia de las vistas aéreas, por no hablar de las antenas de televisión y tendidos eléctricos, de los que la Ley de Patrimonio de 1985 decía había que eliminar y ahí siguen, a pesar de las obras de canalización que se realizan en las vías públicas.
Terminamos llamando la atención a las Comisiones Provinciales de Patrimonio Cultural y a la creada específicamente para Toledo y a los ayuntamientos: no basta con la aprobación de la licencia de obras, no es suficiente con el seguimiento arqueológico, o que las modificaciones se den por válidas si no hay denuncias de terceros (volvemos a denunciar con la fotografía que presentamos la inacción del Ministerio de Cultura y de la Consejería de Educación, Cultura y Deporte frente a la construcción de las terrazas cubiertas sobre el Museo de Santa Cruz). Las autoridades competentes deben arbitrar los recursos técnicos necesarios para realizar el seguimiento de las obras y, en último caso, para dar la licencia de fin de obra o primera ocupación. En este caso no serían los arqueólogos sino los gestores del patrimonio cultural los más adecuados para dicha tarea.
Tras el recorrido por fachadas, medianeras o cubiertas concluimos que no podemos permitir, a estas alturas, que nos tomen por tontos a instituciones, técnicos o ciudadanos, aunque haya instituciones y técnicos con tragaderas bien grandes junto con ciudadanos que hacen de su capa un sayo para saltarse las leyes que sobre protección del patrimonio cultural nos hemos dado.