Un desahucio nunca es solo un trámite judicial. Nunca es únicamente una orden de lanzamiento dictada por un juzgado. Esa es solo la superficie, la parte visible de una tragedia mucho más profunda. El verdadero desahucio, el más cruel, es el social: ese momento en el que una madre y su hijo pequeño, expulsados de su vivienda, descubren que la indiferencia de la ciudad es más hiriente que cualquier notificación oficial.
Ese desahucio social es el que hemos vivido de cerca en Toledo. Lo hemos respirado en primera persona, lo hemos acompañado con angustia, con lágrimas y también con la obstinación de no rendirnos. Y lo que duele, lo que quema, no es solo la injusticia de la estafa que dejó a esta madre atrapada, sino el silencio atronador de quienes pudieron hacer algo y prefirieron dar la espalda.
Porque en un desahucio no se mide únicamente la eficacia del juzgado ni la prontitud del cerrajero. En un desahucio se mide la talla humana de una sociedad. Y Toledo, en este caso, ha quedado demasiado pequeña.
El abandono disfrazado de ayuda
Resulta devastador comprobar cómo incluso los profesionales llamados a acompañar a los más vulnerables terminan convirtiéndose en otro muro contra el que se estrella la esperanza. Una trabajadora social del Ayuntamiento (llamémosla Sagrario) encarnó ese paternalismo que no escucha, que no construye, que no abre puertas. Habló desde arriba, desde un trono imaginario de superioridad moral, lanzando frases que no acompañan, sino que hieren. No hubo recursos, no hubo salidas, no hubo humanidad.
Y ese es el desahucio que más duele: el social. El que expulsa a una madre y a su hijo no solo de una vivienda, sino también del derecho a ser reconocidos como ciudadanos plenos.
Ni okupas ni aprovechados: una estafa con nombre propio
Aquí conviene ser muy claros, porque los prejuicios han hecho demasiado daño. Esta madre no era una okupa, ni lo fue en ningún momento. No entró en una vivienda por la fuerza, no se coló en un inmueble vacío, no se aprovechó de una situación irregular. Fue engañada. Engañada por quienes le prometieron un alquiler, por quienes le dieron garantías falsas, por quienes la dejaron atrapada en un contrato inexistente y en una mentira calculada.
No hablamos de “aprovechamiento”, hablamos de doble estafa. Estafa económica y estafa moral. Porque cuando alguien, en una situación vulnerable, confía en una promesa y cumple con todo lo que se le pide, no está aprovechándose: está siendo víctima de un fraude. Y aquí conviene repetirlo con fuerza: no se aprovechó de nadie, al contrario, fueron otros quienes se aprovecharon de ella.
La etiqueta de “okupa” resulta cómoda para quienes necesitan un enemigo rápido, una justificación fácil para su indiferencia. Pero no se sostiene. No hay verdad en ese relato. Lo que hubo fue una mujer sola, con un hijo pequeño, con escasas redes en la ciudad de Toledo, con la voluntad de hacer las cosas bien, de cumplir con lo pactado, de responder con dignidad. Y lo que encontró fue el abandono absoluto del Ayuntamiento, el juicio sumarísimo de una parte de la sociedad y de los movimientos vecinales, más interesados en artículos de supuestos reconocimientos y subsanaciones que en abordar la gravedad real de esta situación. Solo existió una excepción en el movimiento vecinal, y merece ser reconocida: la CAVE CLM, con Violeta y Maru al frente, que sí estuvieron, que sí participaron, que sí se involucraron. Ellas acompañaron, sostuvieron y no se escondieron. La CAVE demostró que el compromiso vecinal no son palabras huecas, sino presencia real y valiente.
Aliados estratégicos en medio de la tormenta
Y, sin embargo, en medio de tanta dureza, aprendimos que la vida siempre pone en el camino a quienes sostienen, aunque sean pocos. Aprendimos que la resistencia también se nutre de las pequeñas alianzas. La primera, la madre y su hijo: enteros, fuertes, con la dignidad intacta pese a todo. Dispuestos a no rendirse, a no decaer, a mirar siempre hacia adelante.
También hubo algunas familias amigas, pocas, pero imprescindibles, que acompañaron sin juzgar. Y en el ámbito laboral, algunos compañeros y compañeras de trabajo no se limitaron a escuchar de lejos: acompañaron, ayudaron y remataron ese acompañamiento con hechos concretos, con apoyo real, con cercanía sincera. Ellos y ellas supieron entender que en la adversidad lo que cuenta no es la neutralidad, sino la solidaridad activa, como también lo entendieron periodistas valientes que decidieron no quedarse en la crónica fría, sino implicarse de verdad.
Aquí es justo detenerse. Fidel Manjavacas, de Toledodiario.es, no solo informó: se convirtió en aliado estratégico, en amigo, en confidente. Estuvo en cada paso, en cada preocupación, en cada desvelo. También María José Lara, de La Tribuna de Toledo, y Fernando Franco, de ABC Toledo, tuvieron el coraje de acompañar. Y elDiario.es Castilla – La Mancha y Noticias Obreras se sumaron con información y reflexión comprometida. Todos ellos han demostrado que informar también es acompañar, que la valentía periodística puede cambiar realidades.
Cuando la administración sí responde
La sorpresa llegó desde el Gobierno de Castilla-La Mancha. La Consejería de Fomento y, en particular, el delegado provincial Jorge Moreno Moreno, escucharon la historia, comprendieron la estafa doble que había condenado a esta familia y actuaron. Y actuaron bien, con rapidez y con rigor jurídico.
A esta respuesta se unió también la implicación directa de la Delegada Provincial de Igualdad, Nuria Cogolludo, que no permaneció indiferente, sino que se comprometió en el proceso, aportando calidez y cercanía en un momento en el que esa familia necesitaba algo más que papeles: necesitaba humanidad.
Gracias a esa gestión conjunta, hoy madre e hijo tienen un hogar. Sí, un hogar. No un techo improvisado, no una solución parche, no una cama de urgencia: un hogar digno, con un alquiler asequible, con estabilidad y con futuro. Eso es lo que marca la diferencia entre un protocolo vacío y un compromiso real.
La frialdad de algunas instituciones, la calidez de otras
Esta historia es también un espejo que nos muestra la diferencia abismal entre instituciones. Por un lado, la frialdad de quienes reducen a las personas a expedientes, a números, a “casos” sin rostro. Por otro lado, la calidez de una administración que supo escuchar y acompañar: el Gobierno de Castilla-La Mancha. Jorge Moreno y su equipo no solo gestionaron, acompañaron, demostrando que se puede actuar con eficacia y humanidad al mismo tiempo.
Una lección de vida
Mi familia acompañó a esta familia como propia, como nos enseña el Evangelio: “Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mt 25,40). Compartimos sus lágrimas y sus miedos. Asumimos como nuestra la preocupación por un futuro incierto. Y aprendimos que luchar por otro no es un acto de beneficencia, sino de justicia. Aprendimos que la verdadera fortaleza se mide en la capacidad de sostener al débil. Aprendimos que la vida, incluso en sus momentos más duros, sigue siendo un espacio de superación y de compromiso.
La verdad sobre la infancia
No se puede ser una ciudad amiga de la infancia si se abandona a un niño. Esta es la verdad, sin excusas, sin justificaciones, sin protocolos mal aplicados. Esta es una de las verdades que esta situación nos obliga a replantearnos: los supuestos protocolos municipales no pueden convertirse en un escudo para la indiferencia. Un niño no puede esperar a que los procesos burocráticos decidan si merece o no dignidad y cuidado. Esa es la línea roja que jamás debemos cruzar.
Un hogar, una lucha
Hoy madre e hijo duermen en su hogar. Y celebramos con alegría, pero también con compromiso. No podemos seguir mirando hacia otro lado. No podemos seguir tolerando la frialdad de quienes convierten la vulnerabilidad en expediente y la desesperación en estadística. No podemos permitir que los prejuicios pesen más que la verdad.
Hoy celebramos una victoria, pero no es solo suya: es nuestra responsabilidad colectiva. Celebramos un hogar recuperado, pero también nos comprometemos a que ninguna madre, ningún niño ni ninguna familia vuelva a ser víctima de la indiferencia social.
Que quede claro: la indiferencia mata, la apatía condena, y los prejuicios excluyen. Solo la acción valiente, humana y comprometida puede revertirlo. Por eso seguiremos denunciando, acompañando y exigiendo justicia hasta que el derecho a la vivienda digna deje de ser un privilegio y se convierta en realidad para todos y todas.