Toledo es memoria, también queremos que sea futuro. Afortunadamente, tenemos una ciudad con una situación geográfica y relación privilegiada con el territorio, con el paisaje. Su suelo es una fortuna. El río Tajo, sus vegas y los Cigarrales son elementos que forman parte indisoluble de la imagen que tenemos de la ciudad histórica. El Plan Especial del Casco Histórico de Toledo, el reconocido e incuestionable mejor planeamiento de los redactados para Toledo, entendió y preservó la memoria de la ciudad intramuros tanto como su paisaje periférico. Delimitó zonas de protección visual, donde los crecimientos urbanos y las obras públicas debían ser cuidadosas, aminorando su impacto para evitar dañar algo tan importante como es su identidad.
Estos paisajes circundantes moldeados de recuerdo, contienen la huella de los primeros homínidos, los primeros asentamientos de la Prehistoria reciente y de la Edad del Hierro; la implantación del mundo romano, con uno de los circos más grandes de Occidente; del Reino visigodo, con los restos de la basílica de Santa Leocadia, panteón de obispos y abades; la llegada del mundo andalusí y sus trasformaciones medievales; la implantación de conventos, de paisajes industriales como la Fábrica de Armas, de los palacios de recreo extramuros… Toledo es un excepcional compendio aún vivo de la civilización, en una geografía mediadora entre el norte y el sur. Una tierra que fue frontera durante siglos y aprovechó lo mejor de cada mundo.
El inmenso valor que tiene Toledo y sus paisajes como ciudad es responsabilidad de todos. Un motivo de interés colectivo por el cual fue declarada ciudad Patrimonio de la Humanidad en 1986. Su gestión debe ser, por lo tanto, la de un bien común que, obligatoriamente, debe extenderse en el presente al urbanismo de sus barrios, de sus crecimientos y transformaciones, a esos otros paisajes periféricos que son nuestra cuestionable aportación a una ciudad que se ha caracterizado por la calidad y ahora, desgraciadamente, carece de ella.
El talento de su territorio y la memoria que acumula no han sido tenidos en cuenta en los desarrollos modernos, unas veces por desconocimiento otras por imprudencia, muchas por el utilitarismo inculto disfrazado de progreso. Nadie duda de que el urbanismo de la ciudad nueva a partir de los años sesenta del pasado siglo, haya tenido unos resultados fácilmente mejorables. La ausencia de espacio público amable, el desarbolado de sus calles, frías en invierno y asoladoras en verano, los tipos edificatorios irrelevantes, las construcciones mediocres, nos han dejado en los últimos cincuenta años una identidad urbana reciente carente de decoro, de valor, de orgullo para sus habitantes.
Sabemos que la ciudad necesita de un plan nuevo que la oriente y la proyecte. Que lleve su espacio público compartido, el existente y su porvenir, a nuevos objetivos que la enriquezcan. Hoy, después del afortunado fracaso de los planes desmesurados de 2007, parecemos empeñados en mantener ese mismo modelo, aunque sea sin plan, que parece perpetuarse con el “Programa de Actuación Urbanizadora Palacio”, ubicado junto a lo que fue el venerable y desaparecido Palacio de Buenavista, que se mantuvo durante siglos como ejemplo de la mejor arquitectura humanista de nuestro Renacimiento.
Del estudio de la documentación presentada, parece que nada de lo ocurrido en las últimas décadas ha sido tenido en cuenta y que estamos dispuestos a cometer los mismos errores para los mismos problemas: una estructura urbana inconsistente, un tejido urbano asocial y desconectado de sus vecinos, con tipos edificatorios obsoletos, de tamaño desmesurado, de calles carretera, un lugar donde los espacios libres son residuos urbanos… De nuevo otro fragmento urbano más sin decoro, rodeado de autovías rápidas que generarán otro barrio aislado en una ciudad desestructurada, que condena a sus posibles habitantes a vivir dependiendo de la disponibilidad de vehículos para hacer cualquier compra o desplazamiento.
Su aprobación vendría a suponer la recuperación de un modelo de urbanismo administrativo reglado, ventajista y engrasado, sin servicio al interés común, basado en ocupar suelo sin entender la ciudad en su globalidad, sólo en función de los intereses de un pequeño grupo de propietarios cuyo demérito sabido ha sido desestructurar nuestra ciudad. Y todo en función de una necesidad de crecimiento para 2.500 habitantes que, otra vez más, consumiendo más suelos inconexos, se sirve de la reiterada ausencia de plan, de proyecto de ciudad, de capacidad para reflexionar sobre el modelo de ciudad que queremos y merecemos.
Si sabemos lo que no hay que repetir, creemos que es necesario buscar otros caminos, planear otra ciudad contemporánea más amable, dibujar un futuro mejor, más elogiable, del que podamos sentirnos todos orgullosamente responsables, también aquellos que quieren hacer loable negocio. Comprometámonos en el perfeccionamiento de lo público, siempre entendido como mejora del bien común, destinado a reflejar, de verdad, el tiempo nuevo en el que vivimos y en el que vivirán los nuestros.
José Ramón de la Cal y Jesús Carrobles, Real Fundación de Toledo