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La guerra, reclamo turístico de Toledo para el fascismo europeo

El franquismo incentivó el turismo de guerra, proponiendo visitas de extranjeros a las zonas que estaban bajo su control para intentar contrarrestar la acción propagandística del gobierno republicano sobre cómo era la vida en aquellas provincias donde el fascismo ya había triunfado

15/02/2025 Enrique Sánchez Lubián

2025, AÑO DE MEMORIA Y LIBERTAD

Visita del conde Ciano a las ruinas del Alcázar en julio de 1939 / Foto: Cifra. Biblioteca Nacional

El viernes 20 de mayo de 1938 el Boletín Oficial del Estado publicaba una convocatoria del Servicio Nacional de Turismo para la provisión de quince plazas de guías-intérpretes, quienes trabajarían en las llamadas 'Rutas Nacionales de Guerra'. Los aspirantes, cuyos sueldo sería de 416,66 pesetas el mes, debían aportar certificados de antecedentes penales, buena conducta y lealtad al Alzamiento Nacional, entre otra documentación.

Con la programación de estas rutas, el bando franquista pretendía incentivar las visitas de extranjeros a las zonas que estaban bajo su control, así como intentar contrarrestar la acción propagandística del gobierno republicano sobre cómo era la vida en aquellas provincias donde el fascismo ya había triunfado, mostrando, además, al mundo los desmanes cometidos por los 'rojos'. La ciudad de Toledo, con la “épica” que conllevaba el episodio bélico del Alcázar durante el verano de 1936 estaba llamada a ser pieza destacada en esa iniciativa.

En enero de 1938 el gobierno franquista creó el Servicio Nacional de Turismo, adscrito al Ministerio del Interior, a cuyo frente puso al abogado y periodista Luis Antonio Bolín Bidwell. Era un hombre de la máxima confianza de Franco, pues no en vano durante su época de corresponsal de ABC en Londres participó en la planificación del traslado del general desde Canarias a Marruecos el 18 de julio de 1936 a bordo del Dragón Rapide, aeroplano que él alquiló siguiendo indicaciones del marqués de Luca de Tena. La sede del Servicio sería la ciudad de Burgos, pasando luego a San Sebastián.

Folletos turísticos de las 'Rutas de Guerra' y de las ruinas del Alcázar / Imagen cedida por Enrique Sánchez Lubián

Para cumplir estos fines propagandísticos, Bolín definió cuatro rutas distintas. Una de ellas, la número 3, incluía visitas a la Ciudad Universitaria de Madrid, los Altos de Guadarrama, las localidades de Brunete, Ávila y Segovia, así como las ruinas del Alcázar en Toledo. Con la finalidad de comercializar las mismas, personal del Servicio se desplazó por distintos países europeos -Bélgica, Holanda, Inglaterra, Alemania, Suiza, Italia y Portugal-, ofertando esta propuesta turística a distinta agencias.

También se adquirieron veinte autobuses de la marca Chrysler en Estados Unidos, y que fueron bautizados con el nombre de distintas batallas emblemáticas para el bando nacional, como “Belchite” o “Alcázar de Toledo”, con los que trasladar a los visitantes por los itinerarios propuestos.

El uno de julio de 1938 comenzó a operar la primera de estas rutas, la número 1, que ofrecía dos recorridos distintos por el norte de España, con itinerarios que se iniciaban en San Sebastián y cubrían más de mil kilómetros. Ante su inicio, en la prensa franquista se indicaba que jamás se había realizado ese tipo de turismo en tiempo de guerra, resaltándose que “la España Nacional nada tiene que ocultar al mundo, sino que, por el contrario, desea que vengan muchas personas a ver nuestra organización, nuestras reconstrucciones, la disciplina y el orden que reinan en nuestra zona, y los contrastes con el salvajismo rojo del que tantas huellas quedaron”.

Participantes en la Ruta del Norte saludan brazo en alto en el llamado “cinturón de hierro” de Bilbao / Foto: Biblioteca Nacional

Serrano Suñer, el todopoderoso ministro del Interior, Prensa y Propaganda, además de cuñado de Franco, hizo una invitación a todos los ciudadanos de los países civilizados para conocer en esta ruta “una de las epopeyas más grandes” de la historia de España.

Para facilitar la comprensión de cuánto iba a visitarse, se imprimieron en Berlín 100.000 ejemplares de unos folletos informativos en seis idiomas diferentes. Estas excursiones duraban nueve días y tenían un precio de unas 400 pesetas. Quienes participaban en las mismas debían someterse algunas restricciones. No podían llevar cámaras fotográficas ni captar imágenes, pero sí adquirir postales que ofrecía el Servicio.

Tampoco podían sacar de España los planos y folletos que recibían al principio de la ruta. Estos turistas se alojaban en hoteles de gran categoría como el 'María Cristina' y el 'Continental' de San Sebastián, el 'Carlton' en Bilbao o el 'Real' de Santander.

Autobús de las rutas ante el Hotel Carlton de Bilbao / Foto: Biblioteca Nacional

Cinco meses después, al comenzar el mes de diciembre, empezó a operar la ruta 4, que discurría por Andalucía. Su itinerario también tenía unos mil kilómetros y duraba nueve días.

Terminada la guerra en abril de 1939, las rutas 2 (Aragón) y 3 (Centro de España, en la que se incluía Toledo) aún estaban pendientes de iniciarse. Ya no llegaron a hacerse realidad.

Modelo de valla promocional de Toledo dentro de las 'Rutas de Guerra' / Imagen: Biblioteca Nacional

El Servicio Nacional de Turismo se transformó en la Dirección General de Turismo, trasladando su sede a Madrid, y al año siguiente las 'Rutas de Guerra', perdieron su componente bélico para ser publicitadas solo como 'Rutas Nacionales'.

En el año y medio que habían funcionado, registraron 8.060 pasajeros, quienes abonaron 461.251 pesetas por recorrer los escenarios en los que, meses atrás, españoles de ambos bandos habían estado enfrentándose a tiros.

Anticipo sangriento a la visita del conde Ciano

La transformación de las rutas no impidió que las autoridades franquistas arrumbasen la pretensión de sacar rendimiento propagandístico a cuanto la ciudad de Toledo representaba para ellas, tanto desde el punto de vista patrimonial como de exaltación patriótica.

 El 11 de julio de 1939, Bolín visitó la ciudad acompañado del jefe de la Sección de Alojamientos del Servicio Nacional de Turismo, manteniendo un encuentro con el gobernador civil Manuel Casanova, explorando las posibilidades que había para potenciar las visitas a la capital.

Unas semanas después, y dependiendo del Servicio, reabría sus puertas en Toledo el emblemático Hotel Castilla, en la plaza de San Agustín, que tras la guerra había sido incautado a la familia Priede, suegros del escritor Félix Urabayen. Desde la entrada de las tropas de Varela en la ciudad a finales de septiembre de 1936, sus dependencias habían sido sede del Gobierno Militar. A sus puertas se fotografió el cardenal Gomá junto a un grupo de militares en su regreso a Toledo horas después de la caída de la ciudad.

El cardenal Gomá a las puertas del Hotel Castilla dos días después de la entrada de las tropas de Varela en Toledo / Imagen cedida por Enrique Sánchez Lubián

Aunque la ruta de guerra en la que se incluía Toledo quedó en el tintero, ni que decir tiene que las autoridades franquistas aprovecharon al máximo el atractivo épico que la 'gesta' del Alcázar tenía para quienes en aquellos años se alineaban con las potencias del Eje. Coincidentes con la visita de Bolín, en ese verano de 1939 llegaron a Toledo el mariscal Pétain, embajador de Francia en España, quien luego presidiría el colaboracionista gobierno de Vichy, y el conde Ciano, ministro de Asuntos Exteriores italiano y yerno de Benito Mussolini.

Ante la visita del segundo, el alcalde de la capital, Fernando Aguirre, pidió en un bando a los toledanos que adornasen los balcones de sus casas y mostrasen su júbilo, alharacas a las que difícilmente pudieron sumarse las familias de los doce hombres que dos días antes de la llegada del líder fascista fueron fusilados en la capital.

Bando del alcalde Aguirre llamando a recibir con júbilo al fascista Ciano / Imagen cedida por Enrique Sánchez Lubián

El 13 de julio, Rogelio Salamanca, director de la prisión provincial, recibió un escrito del gobernador militar de la plaza, coronel Francisco Cabanas Blázquez, indicándole que al día siguiente, a las seis de la mañana, debía entregar a la Guardia Civil a los doce reclusos que momentos después iban a ser ejecutados en virtud de las sentencias dictadas por consejos de guerra celebrados en Toledo semanas antes, presididos por el coronel José Iglesias.

Habían sido acusados de estar implicados en saqueos, robos, detenciones, guardias armadas o asesinatos de distintas personas en la ciudad de Toledo durante el verano de 1936. Ninguno de ellos reconoció haber participado en los cargos más sangrientos que se les atribuían.

La ejecución se realizó a las seis de la mañana, siendo sus víctimas Santiago Maeso Villanueva, jornalero de Mérida (Badajoz), de 25 años; Teodoro Muñoz Alonso, jornalero de Toledo, de 24 años; Felipe Díaz López, jornalero de Escalonilla, de 28 años; José Sánchez Santos, jornalero de Sonseca, de 40 años; Cándido Ruiz Bellido, de Toledo, de 22 años; Silvestre Saavedra Valentín, jornalero de Toledo, de 41 años; Francisco Ruiz Moreno, albañil de Toledo, de 35 años; Julián Arévalo Martín, jornalero de Guadamur, de 37 años; Vicente Manzano Dueñas, cantero de Toledo, de 37 años; Martín Ricas Ludeña, jornalero de Polán, de 35 años; Marcelino Rodríguez Collado, albañil de Toledo, de 45 años; y Santiago Lorente Trillo, ferroviario de Toledo, de 23 años.

Todos ellos fueron enterrados en una fosa común, la número 29, en el patio 31 del cementerio municipal toledano. El día 20 de julio, Enrique Serrano Valero, juez municipal suplente y encargado del Registro Civil de Toledo, certificaba la muerte de estos doce ejecutados, consignando como causa de su fallecimiento el lacónico apunte de “hemorragia”.

Meses después de la ejecución, Ramona Barrientos, viuda de Manzano, vecina del Cerro de Miraflores, en el barrio de Covachuelas, envió una nota manuscrita al director de la prisión, solicitando ser incluida en una lista de familiares de presos políticos a los que se les hacían donativos de ropa, toda vez que ella no disponía de medios para mantener a los cinco hijos que tenía el matrimonio.

En el expediente penitenciario de él, conservado en el Archivo Histórico Provincial de Toledo, no hay documento alguno que acredite si dicha petición fue aceptada o no. Lo que sí está certificado es que con fecha 16 de agosto de 1943 -¡cuatro años después de su fusilamiento!- el mismo juez que había certificado su defunción abrió procedimiento contra él en aplicación de la ley de Responsabilidades Políticas, reclamándole que aportase declaración jurada de todos sus bienes y los de su cónyuge. En su afán represivo, el franquismo no distinguía entre vivos y muertos.

Ni que decir tiene que mientras en la prensa local se glosaba la visita de Ciano con titulares como 'Toledo, voz de imperial tono hispánico, se hermana con las águilas del rey-emperador de la Italia fascista', en sus páginas no hubo ni una sola referencia a estos fusilamientos.

El dirigente italiano donó a la Catedral Primada la cruz de plata de Fray Angélico, que fue depositada en una vitrina entre las espadas de la Victoria que el cardenal Gomá había entregado poco antes a Franco y la de Alfonso VI. Además de los regalos que él recibió, las autoridades toledanas le entregaron una daga cincelada y damasquinada en los talleres de Felipe Suárez para el Duce.

El líder de los fascistas belgas, León Degrelle, también estuvo en Toledo ese año. En octubre de 1940, quien llegó hasta aquí fue el temido Heinrich Himmler, comandante de las SS hitlerianas, recibido con todos los honores por escuadras falangistas en la plaza del Ayuntamiento, dos días antes de la famosa entrevista en Hendaya entre Franco y Hitler.

A su estela, durante aquellos primeros años de la década de los cuarenta fueron agasajadas con los brazos abiertos (y en alto) representaciones de toda clase y condición de los distintos regímenes totalitarios ya enfrentados en guerra con las fuerzas aliadas como Hans Thomsen, militar alemán y jefe del partido nazi en España durante la Segunda Guerra Mundial; el doctor Roedlger, consejero del ministerio alemán de Asuntos Exteriores y presidente de la Comisión del Frente de Trabajo; una representación de las Juventudes Hitlerianas; el equipo de fútbol de la aviación alemana; grupos de las Juventudes Italianas del Littorio; miembros de la Legión Condor… y hasta el Orfeón Donostiarra ofreció en mayo de 1941 un concierto en mitad de tan 'patrióticas' ruinas, que concluyó con la interpretación del himno nacional con letra del escritor José María Pemán. 


Este es el segundo número de la serie '2025, AÑO DE MEMORIA Y LIBERTAD' de Enrique Sánchez Lubián

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Publicado en: Portada, Provincia

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