Hay espectáculos que se disfrutan. Hay otros que se aplauden. Y hay algunos, muy pocos, que se recuerdan con gratitud. El Teatro de Rojas fue escenario de uno de esos momentos irrepetibles, cuando el reconocido mago Iván Santacruz desplegó todo su arsenal de ilusión, humor y ternura para poner el broche de oro al ciclo 'Teatro y Danza en Familia Primavera 2025'. El título del espectáculo lo advertía con desparpajo: “Un show de magia, pero más chulo”. Y lo que sucedió sobre el escenario superó con creces cualquier expectativa. Fue una celebración. Fue un acto de compartir en la risa. Y, sobre todo, fue un espectáculo familiar del bueno, del necesario, del que une.
Una clausura con hechizo
El ciclo de primavera en familia del Teatro de Rojas ha venido desarrollando durante los últimos meses una programación diversa, cuidada y comprometida con las artes escénicas para todos los públicos. Obras que han conjugado y construido un mosaico de experiencias escénicas diseñado para disfrutar en familia. Pero si algo quedó claro tras la actuación de Santacruz, es que la magia tiene un poder único para cerrar círculos, y que no hay clausura más eficaz que la que deja al público —literalmente— con los ojos brillantes.
Con esta última función, el Rojas no solo despide un ciclo. Reafirma un compromiso. El compromiso con el teatro como espacio compartido entre generaciones, como herramienta emocional, pedagógica y artística. Y en ese terreno, pocas propuestas se muestran tan completas como la que trajo Iván Santacruz a Toledo.
Santacruz: el ilusionista que no se olvida del alma
Iván Santacruz no es solo un mago galardonado. Es, ante todo, un narrador escénico que ha entendido que el asombro no está solo en el truco, sino en cómo se cuenta. Su presencia en escena es electrizante: camina, improvisa, escucha, juega. Construye complicidad. Desde el primer minuto, se gana la atención de un público exigente y diverso —niños pequeños, adolescentes, madres, padres, abuelos, abuelas— y la mantiene en vilo durante todo el espectáculo con una habilidad que roza lo coreográfico.
El show, a pesar de su aire de espontaneidad, es una maquinaria bien engrasada donde conviven con naturalidad números de magia, teatro físico, clown y participación activa del público. Pero lo que más sorprende es su capacidad para generar emoción real sin caer en la condescendencia ni en lo previsible. Hay un trabajo dramatúrgico pulido detrás del humor, una estructura narrativa bien tejida en medio del caos aparente, y una dirección escénica que demuestra que el arte para la infancia y la familia puede —y debe— estar a la altura de cualquier otra forma teatral.
Un Teatro de Rojas entregado... y rendido
Las paredes del histórico coliseo toledano han presenciado durante siglos todo tipo de funciones. Pero lo que se vivió con este espectáculo fue otra cosa. Fue comunidad. Fue magia viva. Fue teatro en su forma más pura y más popular, sin que eso reste un ápice de exigencia artística.
El público no solo respondió. Participó. Se dejó llevar. Aplaudió a destiempo, se rió a carcajadas, coreó frases, subió al escenario. Y en esa interacción constante, el espectáculo se transformó en una experiencia colectiva, en una fiesta sin artificios donde cada niño fue protagonista y cada adulto fue, por una mañana, niño de nuevo.
En un país donde a menudo se relega la programación familiar a los márgenes de la cultura institucional, resulta reconfortante ver cómo una ciudad como Toledo —y un teatro como el Rojas— reivindican su importancia con una propuesta artística de esta envergadura. Y que la clausura de un ciclo familiar se celebre con un espectáculo tan cuidado, tan vivo y tan divertido, es más que simbólico: es una declaración de principios.
Un ciclo brillante, un futuro prometedor
La edición de primavera del ciclo Teatro y Danza en Familia ha consolidado su lugar en el calendario cultural de la ciudad. Función tras función, el Teatro de Rojas ha demostrado que el teatro familiar no es una actividad secundaria, sino un pilar fundamental para la formación de públicos, la educación artística y el tejido emocional de una ciudad.
Con propuestas que han explorado lenguajes escénicos diversos, y con una selección de compañías de primer nivel, que el cierre de este ciclo haya llegado de la mano de un espectáculo como el de Iván Santacruz no hace sino reforzar esa sensación de haber asistido a algo importante.
Una ovación que no termina
Cuando Santacruz se despidió, el público rompió en una ovación larga, cálida, agradecida. Los niños se resistían a abandonar sus butacas. Los adultos intercambiaban sonrisas cómplices. Y el teatro, en ese silencio que queda después del aplauso, pareció suspenderse en el aire durante unos segundos. Como si algo, tal vez la ilusión, se hubiera quedado flotando entre las butacas.
Porque eso es lo que deja este espectáculo: la certeza de que la magia es real, cuando se comparte. Y Toledo, gracias a Santacruz y al Teatro de Rojas, ha vuelto a creer en ella.