El consumo del agua del grifo se suspendió hace ya cinco días en los diez pueblos que conforman la Mancomunidad Cabeza del Torcón, en Toledo. Hay unas 15.000 personas empadronadas en estas localidades y han tenido que buscar alternativas durante estos últimos días para beber agua potable. Los últimos análisis mantienen la recomendación de no utilizarla, según confirman desde Aqualia FCC.
La advertencia sobre la no potabilidad del agua se realizó el pasado 4 de julio. La empresa concesionaria del servicio de abastecimiento comunicaba que se había producido una inversión térmica en el agua del embalse, debido a la variación brusca de las temperaturas en el pantano.
Como medida preventiva se pedía a la población no beber agua del grifo debido a la alteración de los parámetros relacionados con la presencia de manganeso, hierro y aluminio. Para solventar el problema se están realizando controles analíticos del agua, que todavía no muestran parámetros aptos para el agua de boca.
Montserrat Rojas, alcaldesa de Cuerva, uno de los pueblos afectados, es también la presidenta de la mancomunidad. “Los valores han ido mejorando, pero esto no depende de nosotros ni de Aqualia”, ha explicado en conversación con elDiarioclm.es. El lunes los valores ya iban siendo “más normales, dentro de que estaban alterados”. Rojas agradece la respuesta de la ciudadanía que ha sido “tranquila”. “Todo el mundo es consciente de que esto no depende de nadie”.
Por parte de la Junta de Comunidades, Silvia Díaz, directora gerenta de Infraestructuras del Agua de Castilla-La Mancha, ha señalado que ni Aqualia FCC ni la mancomunidad de municipios han pedido al Gobierno regional colaboración al respecto.
Cuando el agua ya no está tan caliente
Pero, ¿a qué se refiere en concreto la inversión térmica? El profesor de Hidrología, Gestión del Agua y Evaluación del Impacto Ambiental de la Universidad de Alcalá (UAH), Antonio Sastre, explica que es un término que se aplica más bien a la meteorología. “Se trata de que el aire más frío se instala en los niveles bajos de la atmósfera de forma estable y eso genera un enfriamiento pequeño, pero suficiente en el agua”, explica el profesor.
Al estar en contacto con este aire más frío, sobre todo en estas noches estivales que han sido más frescas de lo habitual, se produce un cambio en la densidad del agua. “Es casi inapreciable, pero es suficiente para que se alteren sus condiciones de equilibrio”, resalta Sastre. Durante los meses más calientes, el agua en los embalses se somete a un proceso de “estratificación”, en la que se queda una capa de agua más caliente en la superficie y otras más frías por debajo.
“Cuando se cambia este esquema y se altera esta estratificación, se alteran también las condiciones hidroquímicas del agua. Y esto significa que hay que volver a modificarlos para que se garantice un agua con suficiente calidad para beber”, resalta el científico.
Los embalses son “algo vivo”
Carlos Triviño fue durante más de 30 años el jefe de la Adjuntía de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Toledo. Está familiarizado con los embalses, y los ve “casi como una madre”, bromea. “Da la sensación de que el agua es homogénea, pero la estructura de un embalse es compleja, en cuanto a la composición mineral del agua. La temperatura, la salinidad del agua, responde a unos ciclos y es algo relativamente heterogéneo”, explica.
Simplificándolo: durante los meses más fríos, el agua está “mezclada”, pero durante los meses más cálidos las capas se van diferenciando cada vez más. Es la estratificación a la que también hace referencia Antonio Sastre. Hay capas que se pueden ir comprobando, explica Triviño, y son cambios bruscos. La temperatura no va bajando de forma continua y estable, sino que entre capa y capa hay mucha diferencia.
Esto lo sabían ya los romanos, señala. “Ya en época romana había torres de captación que permitían coger la mejor capa del agua para potabilizar”, describe. Esta distribución de las aguas ayuda al embalse a mantener un equilibrio, porque “mantiene todas las características” del entorno.
Estas capas se van creando a medida que avanza la primavera y en verano ya se desarrolla una resistencia “muy fuerte” de las masas para no mezclarse entre sí. En las zonas más profundas, hay más posibilidad de aparición de fenómenos “indeseables” para el consumo del agua, con menos presencia de oxígeno. “Y con menos oxígeno, el agua está más propensa a producir determinados tipos de sustancias minerales que hacen más difícil el proceso de depuración”, describe. Por el contrario, en la parte de arriba hay más oxígeno, lo que provoca que proliferen las algas.
Todo esto ocurriría en condiciones normales, explica el experto. “Pero últimamente los ciclos cambian. Hay periodos de mezcla y lo que estaba en el fondo estratificado se viene arriba y se vuelve a mezclar”, resalta. Esto provoca, tal y como avisaba Aqualia FCC, cambios en los valores de elementos como el hierro o el manganeso.
Triviño lo explica de una manera muy sencilla. “Viene un poco de frío y el embalse dice 'ya estamos en otoño' e inicia su proceso de mezcla”. Entonces, lo de abajo se mueve arriba y se mezcla. En el caso del embalse Cabeza del Torcón, o Torcón II, tenía un ciclo en el que se llena desde noviembre hasta mayo y luego se consumía “prácticamente entero”.
Pero estos ciclos definidos se han alterado y la dinámica habitual del pantano también. “Los embalses son algo vivo y no son homogéneos”, advierte el experto. Y, finaliza: “Cada cosa nueva no nos puede sorprender. Estas dinámicas pueden producir parcialmente este tipo de situaciones”.
Por ahora, habrá que esperar a que las analíticas vuelva a dar el visto bueno para beber nuevamente del Cabeza del Torcón.