No ha sido una tarde cualquiera en el Teatro de Rojas. Había en el aire una expectación particular, una vibración distinta, como si el escenario fuera a recibir no un espectáculo infantil más, sino una bomba envuelta en papel de colores. Y así fue. 'Mr Bo', la última creación de la compañía vasca Marie de Jongh, no solo llegó, sino que irrumpió. Lo hizo con el ruido de la risa, con el eco de un gesto, con la contundencia de una obra que no necesita palabras para hablar de lo más incómodo: el poder, la sumisión, la infancia como semilla de toda estructura social.
El Teatro de Rojas, templo toledano de la escena, presenció una función que, en apariencia, coquetea con lo naif, pero que en realidad golpea con precisión de cirujano. La propuesta parte del juego, del clown, de la máscara; pero detrás de la carcajada hay bisturí. 'Mr Bo' no se conforma con entretener: interroga. Es una obra sin texto, pero con una potencia discursiva que muchos dramas verbales envidiarían.
La semilla del déspota
El argumento es simple y, por eso mismo, letal: un señor —Bo—, tres sirvientes, una vida entera al servicio de su voluntad. El matiz clave: Bo fue un niño. Un niño que nunca escuchó un no. Un niño obedecido hasta el último capricho, sin corrección, sin límites, sin verdadera educación. Y esa criatura, adorable y manipuladora en sus orígenes, crece. Y con la misma lógica con la que pidió dulces, ahora exige sumisión.
En ningún momento de la obra se pronuncia palabra alguna. Pero la historia se narra con una claridad pasmosa, construida exclusivamente a través del cuerpo, del gesto, del ritmo, de la mirada. En ese silencio, que no es mudez sino lenguaje depurado, emerge lo universal: la obediencia como inercia, la jerarquía como rutina, la posibilidad del cambio como chispa contenida.
El señor Bo —figura grotesca y reconocible a la vez— es espejo deformado de tantas infancias mal gestionadas. No es necesario haber leído a Foucault para entender que aquí se está hablando del poder en su forma más primaria. Pero lo extraordinario es que esta crítica se construye desde el juego, desde una comicidad que desarma defensas. El público, niños y adultos por igual, ríe. Y, al reír, baja la guardia. Es entonces cuando la obra ataca con fuerza.
Teatro físico como arte mayor
Los intérpretes —Ana Martínez, Ana Meabe, Javier Renobales y Anduriña Zurutuza— entregan al público una lección de interpretación sin red. Cada movimiento está afilado, cada gesto milimetrado. No hay espacio para la improvisación emocional, pero tampoco para la rigidez técnica. La precisión es tal que uno olvida que está viendo una coreografía de la opresión y la fantasía: lo que se ve es humanidad. En juego. En contradicción. En fuga.
La dirección de Jokin Oregi es, como siempre en Marie de Jongh, una maestría de lo invisible. No hay exhibición ni efectismo. Solo una dramaturgia que sabe perfectamente cuándo dejar que el cuerpo respire y cuándo tensarlo hasta el límite. La influencia del teatro gestual europeo se percibe, pero hay una identidad propia que eleva esta obra por encima de muchas propuestas similares.
La escenografía de Ikerne Giménez y la iluminación de Edu Berja son esenciales sin robar protagonismo. Cada objeto, cada luz, cada rincón del escenario está al servicio del relato. El espacio no cambia, pero se transforma constantemente, gracias a una iluminación que oscila entre la fábula y la pesadilla. Entre el mundo infantil que uno querría habitar, y el que realmente está ahí.
Un arte que no se arrodilla
'Mr Bo' fue premiado en la Mostra de Igualada de 2024 como mejor espectáculo. El galardón no es un gesto simbólico: es el reconocimiento de una obra que se atreve a hacer lo que muchos evitan. Esta no es una pieza complaciente, ni busca tranquilizar a los padres. Muy al contrario, cuestiona con agudeza: ¿qué pasa cuando educamos desde la servidumbre emocional? ¿Cuántos déspotas modernos hemos construido entre todos?
Y lo hace para niños. Para niños desde los 4 años. Porque el teatro familiar no tiene por qué ser condescendiente. Porque los niños, mejor que nadie, entienden el lenguaje del cuerpo, el peso de un silencio, el conflicto de un juego. Porque hay que empezar pronto a enseñarles que el “sí” constante no es amor, sino peligro. Que decir “no” a tiempo puede ser el acto más tierno.
En Toledo, ciudad de herencias, de espadas, de símbolos de poder, 'Mr Bo' llegó como una parábola disfrazada de circo. Como una lección que no necesita aula. Como un espejo que no deforma, sino que muestra lo esencial.
No es tarde para decir basta
Al final de la función, no hay grandes discursos ni moralejas subrayadas. Pero hay una idea que flota, persistente, como el eco de un tambor de juguete: la posibilidad de cambio está siempre ahí, incluso cuando parece que ya no hay escapatoria.
Ese momento en el que los sirvientes de Bo se detienen, se miran, y por fin imaginan otra vida, es más que un clímax dramático. Es una metáfora feroz de lo que podría pasar si nos atreviéramos, como sociedad, a desobedecer lo que nos oprime por costumbre.
No es tarde. 'Mr Bo' lo demuestra con elocuencia muda. El teatro, cuando está bien hecho, cuando no teme al contenido ni a los niños, sigue siendo el lugar donde la educación se convierte en arte. Donde la risa es revolución. Donde el juego, a veces, enseña más que cien tratados.
Toledo no olvidará fácilmente esta función. Porque en ella, lo que se vio no fue un espectáculo para reír. Fue una bomba de humo teatral que nos permite ver mejor.
Y ahora que lo hemos visto, ¿vamos a seguir obedeciendo?