
'El narrador y sus demonios: Cervantes, Kafka, Borges', el último libro de Federico de Arce / Imagen: Biblioteca de Castilla-La Mancha
Casi todos los que hemos recibido alguna vez una clase de literatura y un profesor nos ha pedido que diéramos la opinión personal de un libro lo primero en lo que nos insistía era en que no cayésemos en la fórmula: “Me ha gustado mucho”. El narrador y sus demonios. Cervantes, Kafka, Borges, último libro publicado por Federico de Arce, me ha encantado. Así las cosas, e incumplido el primer precepto, pasemos a lo siguiente.
¿Qué se puede contar a estas alturas de Cervantes, o de Kafka, o de Borges? ¿Qué se puede decir de estos autores que no parezca previsible y que no se haya dicho ya cien veces? Pues seguramente tenga que ver con el tono y con el caos, pero Federico de Arce lo consigue. De ese ejercicio donde se mezclan mujeres barbudas, Walter Benjamin, Primo Levi, novelas en chino y otros cientos de cuerdos que canonizan sus locuras que comenzaron bebiendo en Aristóteles y acabaron ciegos en Canetti se sirve nuestro autor para tratar de decir algo nuevo.
Más allá del descomunal ejercicio de intertextualidad y de mostrar su amor y reconocimiento por la originalidad primera de Cervantes, El narrador y sus demonios es también una carrera para describir como la memoria y el presente muchas veces son lo mismo. Cómo podemos buscar en los problemas del presente la respuesta a los viejos sueños literarios y vitales. Así y no al revés podríamos entender por qué Sancho Panza nos sigue contando tanto. Y lo que vale para Sancho vale también para Dulcinea y otras personas que no sabían leer…
Por lo demás, son tantos los asuntos de los que se hablan en el libro que qué narices puedo hacer yo en los párrafos de una pequeña reseña. ¿Qué puedo decir de Kafka más allá de que, por favor, lean a Kafka? Eso, y que después de leer a Federico tendrán muchas claves para entenderlo mejor (a Kafka). ¿Qué puedo decir del lado perverso de la transparencia, del uso de la soledad y del miedo, de los campos de concentración, de cómo los tópicos y las mentiras pasan cada vez por ser nuestra verdad cotidiana?
Recoge el libro en su final el elogio irónico del analfabetismo que hicieron Julio Camba y José Bergamín. Quisiera acabar yo elogiando la amistad, de la cantidad de claves encontradas en el texto para disfrutar de ella. Pues eso.