Semana Santa en la Granada de 2014 en un carísimo hotel del Albaicín. Un museo dedicado a los instrumentos de tortura medievales y un robo abren la puerta al infierno a un hombre sin nombre y sin escrúpulos.
Ocurre a través de la pluma de Pepa G. Lillo. Esta escritora toledana conocía Granada desde su otra faceta como cantante y letrista de Ethnos Atramo, el grupo de folk electro-acústico del que forma parte. “Me atrae su Casco histórico, me parece caótico y abarrotado. Era lo que necesitaba para mi novela”.
Acaba de lanzar el segundo de sus libros después de la epopeya ‘Donde no había lobos’ (Eirene Editorial, 2019) y tras el álbum infantil ilustrado Pipa McLeo (Uno, 2015). “Estaba escribiendo otra cosa, había llegado a una encrucijada. No podía seguir y lo mejor en esos casos es dejarlo aparcado. Esa noche pensé en acostarme temprano. Soy una persona bastante curiosa y pensé en todas esas cosas que descargamos en las almohadas, ya sean frustraciones o ilusiones. Todos hemos dicho aquello de consultarlo con la almohada”.
Así nació ‘El lector de almohadas’ (Velasco Ediciones, 2024) con un joven e inteligente ladrón como protagonista. “Es un personaje que intenté que no se pareciese a nadie. Sin nombre de pila. Eso me permitió huir de cualquier cercanía con el lector, a pesar de sus momentos empáticos”. Tanto que consigue recrear un atractivo e inquietante ambiente a lo largo de toda la novela para los amantes de la ficción.
¿Qué harías si contaras con el singular don de usurpar intimidades? Las posibilidades de chantaje están servidas, aunque el libro no va de eso.
Pepa G. Lillo, o mejor dicho sus personajes, navegan entre la capital granadina, Toledo, Madrid o Santander. “Me gusta recrearme en las descripciones y crear escenarios en los que el lector se sienta cómodo. Es más fácil de llegar a él”. La autora se pone en la piel de un hombre - de varios de hecho- que no dejarán indiferente a los y las lectoras por su crueldad. Juega incluso con la dualidad masculino-femenino, con momentos que desconciertan no solo al lector, sino también a los protagonistas.
Desde el punto de inicio de la trama en Granada las historias transcurren en Toledo, su ciudad, que “tenía que salir, sí o sí”, aprovechando las decenas de tenebrosas leyendas que hoy forman parte de su atractivo (turístico), pero también en Madrid, esa ciudad de la que dice “odiar y amar a partes iguales” y finalmente en Santander porque “quería una ciudad junto al Cantábrico”.
La novela no está exenta de crítica social, aunque explica que no es algo premeditado ni buscado al tocar cuestiones tan duras como las historias de los niños robados, la violencia sexual y hasta la perversión de la Ciencia.
Su objetivo es “entretener” aunque su propuesta pase por adentrarnos en ambientes que reflejan, por ejemplo, “cómo se manejan ciertos sectores del patriarcado capaces animalizar a la mujer a través del sexo o como se miraba hacia otro lado con los niños”. Y sí, genera dudas sobre ciertas cuestiones. “Lo escribí para la gente que se hace preguntas. No es un libro de protesta, ni tampoco reivindica nada”, aclara.
Dice que se dirige “a quienes creen que hay ciertos mundos que podrían ser reales. Siempre digo que para escribir ficción tienes que hacerlo como si fuera verdad” porque cree que eso permite “atrapar” al lector y lo ha conseguido a tenor de los comentarios que le están llegando. “Una lectora me ha dicho que el libro es terroríficamente divertido”.
Pepa G. Lillo no descarta dar continuidad a su 'lector de almohadas'. “Empecé a escribir una especie de epílogo y quizá pueda tirar de ese hilo”, aunque de momento está inmersa en otro proyecto. Tras dos años de trabajo e investigación acaba de terminar la que sería su tercera novela, esta vez ambientada en el siglo XIX. “Es una historia de suspense y un poco... incalificable”.