Crónica teatral de 'Viaje a Oz, el musical'
El tornado no llegó haciendo ruido. Llegó leyendo. Llegó cantando. Llegó bailando. Llegó, sobre todo, despertando algo antiguo y necesario: las ganas de creer. El domingo, el Teatro de Rojas no se limitó a programar 'Viaje a Oz, el musical', de Trencadís Produccions, con la autoría de Josép Mollà. Abrió un sendero. Uno de esos caminos que no se pisan solo con los pies, sino con la curiosidad, la risa y la certeza infantil de que los sueños, si se educan bien, pueden aprender a caminar solos.
Desde el primer momento, la función se presentó como un juego de complicidades cuidadosamente dirigido. José Tomàs Chàfer, al frente de la dirección escénica, conduce el espectáculo con pulso teatral y mirada pedagógica, consciente de que el ritmo es también una forma de pensamiento. Nada se precipita, nada se alarga innecesariamente. La historia avanza con la cadencia exacta para mantener despierta la atención infantil y, al mismo tiempo, ofrecer capas de lectura a los adultos. La dirección sabe cuándo detenerse en un gesto, cuándo dejar respirar una emoción y cuándo acelerar para que la aventura no pierda nunca su impulso.
Los guiños para todas las edades aparecen con naturalidad, lanzados con la precisión de quien entiende que una sala familiar no es un mosaico de públicos separados, sino una comunidad escénica compartida. Los niños capturan el color, el juego, la acción inmediata. Los adultos sonríen ante dobles sentidos, referencias contemporáneas y pequeños deslizamientos irónicos que no rompen la fábula, sino que la enriquecen. El teatro, en su estado más puro, ejerce su poder ancestral: reunir sin dividir.
La música y el baile contagian una alegría física, expansiva, casi inevitable. Las composiciones de Vanessa Gil y Carlos Mansa sostienen la dramaturgia con melodías que se recuerdan y letras que empujan la narración hacia adelante. No son pausas, son motores. La coreografía de Pachi G. Fenollar convierte el movimiento en relato, utilizando el cuerpo como una prolongación del texto. El escenario se llena de una energía contagiosa que atraviesa la platea y acaba instalándose en los cuerpos del público, como si la alegría también fuera una forma de aprendizaje.
En escena, el reparto trabaja con una precisión coral que sostiene la propuesta. Mary Porcar, como Dora, construye una protagonista luminosa, cercana, valiente sin épica impostada. Su viaje es interior y visible a la vez. A su alrededor, Alicia Miota, Àngel Crespo, Adrián Romero y José Terol levantan personajes que se definen tanto por lo que dicen como por lo que sugieren. El Espantapájaros, el Hombre de Hojalata y el León no aparecen como figuras cerradas, sino como identidades en construcción, cargadas de humor, fragilidad y humanidad. Cada interpretación suma matices y evita la caricatura, algo esencial cuando se trabaja para un público que percibe con una honestidad implacable.
La propuesta técnica acompaña con inteligencia este viaje. La iluminación dibuja atmósferas sin subrayar, modulando el paso de Kansas a Oz como quien cambia de estado emocional. El vestuario de Pascual Peris no se limita a vestir personajes: los cuenta. Cada disfraz parece surgir de una página leída, de una imagen imaginada antes de ser cosida, reforzando esa idea central del espectáculo de que todo comienza en la lectura. La escenografía, flexible y funcional, permite transiciones ágiles que mantienen viva la narración y refuerzan la sensación de estar siempre en movimiento.
En medio de este universo escénico aparece un guiño sutil y eficaz al presente: las redes sociales, los directos y su pulsión contemporánea de mostrar inmediatamente la situación. Oz dialoga con el ahora sin traicionar su esencia. El musical entiende que los niños y niñas de hoy habitan un mundo digital, pero también recuerda que la imaginación necesita pausa, profundidad y silencio. El teatro se convierte así en un puente entre pantallas y páginas, entre lo inmediato y lo duradero.
Y es aquí donde el espectáculo acierta de lleno al reivindicar la importancia de la lectura. Los personajes no surgen por generación espontánea: se construyen desde lo leído, desde lo imaginado. Leer aparece como el primer acto teatral, el más íntimo, ese momento en el que alguien, en silencio, empieza a crear mundos dentro de sí. Viaje a Oz lo celebra sin discursos, mostrando cómo la palabra escrita se transforma en cuerpo, en voz, en traje, en acción.
El Teatro de Rojas, a las puertas de su 450 aniversario, confirma con esta función una vitalidad ejemplar. Su apuesta por el teatro familiar no es decorativa, es estructural. Aquí el teatro se entiende como herramienta educativa, como espacio de encuentro y como territorio de libertad creativa. Se forma público sin imponer, se educa sensibilidad sin moralizar, se construye futuro desde el disfrute compartido.
Cuando aún no había caído el telón, el aplauso ya llenaba la sala: un aplauso grande, compartido, casi impulsivo, que nacía del reconocimiento inmediato. Luego llegó ese latido común, un breve silencio cargado de emoción, como si nadie quisiera ser el primero en abandonar Oz. La ovación ya no era solo para los actores, la música o la dirección, sino para la experiencia vivida en conjunto, para la certeza íntima de que algo verdadero había ocurrido. Los niños seguían mirando al escenario, atentos, como si aún pudiera pasar algo más. Los adultos también. Porque cuando el teatro funciona de verdad, deja esa sensación tan incómoda como maravillosa de no querer cerrar la puerta.
Y ahí queda el camino. No termina en el patio de butacas ni se disuelve al cruzar la salida. El camino de Oz continúa en los libros que se abrirán al llegar a casa, en las preguntas que aparecerán sin avisar, en los disfraces imaginados, en los sueños que empiezan a tomar forma con la convicción de que es posible alcanzarlos. El Teatro de Rojas lo sabe y lo demuestra: mientras exista un escenario dispuesto a encender la imaginación de las familias, mientras haya niños y niñas que descubran que creer es una forma de avanzar, el viaje no habrá terminado. Oz seguirá ahí, esperando. Y el deseo de volver, de ver más, de sentir más, de soñar más, ya estará en marcha.












