Estos días estamos siendo testigos atónitos de una investidura insólita. A estas alturas de democracia los españoles ya estamos acostumbrados a que la derecha no asuma los resultados electorales cuando la dejan fuera del poder. Hace ya varias décadas que se echan a la calle cuando pierden. Sucedió con Zapatero, lo vimos en las anteriores elecciones con Sánchez, y esta compleja investidura no iba a ser una excepción.
Lo que no sospechábamos, yo al menos, es que su España se rompe, lo cual siempre sucede cuando no gobiernan ellos, iba a ir acompañada de una violencia tan explícita.
Oír gritar a miles de personas "hijo de puta" para referirse al presidente del Gobierno, lanzar proclamas xenófobas contra migrantes, cantar himnos de nuestra historia más oscura en el siglo pasado, o "aquí hace falta un Tejero", todo ello enfundados con una bandera que es de todos los españoles, pero de la que se apropia una derecha cada vez más extrema, da miedo.
Hoy recibía una llamada de una amiga policía advirtiéndome que tuviera cuidado, que se están oyendo cosas extrañas. ¿De verdad vamos a convertir esto en normal? ¿De verdad alguien que merezca representar a la nación puede pensar que este es el mejor escenario para confrontar ideas?
La irresponsabilidad de quienes vitorean este comportamiento pasará factura, pero me temo que como suele pasar no se cobrará en quienes ostentan más privilegios, los que azuzan todo esto, los que tiran la piedra y esconden la mano.
Entre tanto, ahí tenemos gente lanzando bengalas y piedras con la bandera de todos como capa propia, desfogando su ira, mientras la sociedad se polariza más de lo que ya estaba. Otra vuelta de tuerca en esta compleja maquinaria.
Ojalá se engrase con el funcionamiento de la legislatura, pero entre medias por favor dejen la violencia de lado y suelten de una vez la bandera y el nombre de una España que construimos entre una sociedad afortunadamente abierta y diversa, que está en las antípodas de lo que estos días vemos con temor en algunas calles de nuestro país.