
Inés Cañizares durante el balance del primer año de gobierno de PP y Vox en Toledo / Foto: Ayuntamiento
Si algo ha demostrado recientemente la vicealcaldesa, Inés Cañizares, con su obscena defensa del teleférico es que en Toledo hemos entrado oficialmente en la era del urbanismo cuántico: proyectos que están “en ciernes”, no tienen detalles, no se sabe cuánto cuestan, no se sabe cómo funcionan… pero que al mismo tiempo “descongestionan”, “alivian” y “modernizan”. Todo a la vez. Sin existir. Wonderful. Y como este espectáculo merece una revisión seria -aunque ella no la ofreciera- vamos a repasar, una por una, las falacias que dejó caer en su rueda de prensa del 3 de diciembre. Empecemos.
Según Cañizares, el teleférico no es una “ocurrencia improvisada” porque -dice ella- aparece “claramente” en el programa de Vox. Eso es una falacia genética: pretende justificar la seriedad de una idea únicamente por su supuesto origen, como si figurar en un programa electoral bastara para transformarla en un proyecto sólido. Pero un programa no convierte ocurrencias en políticas públicas. Con ese criterio, mañana podrían incluir un parking flotante sobre el Tajo y, según usted, pasaríamos de la extravagancia a la estrategia.
Después llega la parte épica: afirma que el teleférico “podría convertirse en una herramienta útil para aliviar la saturación en algunos accesos al Casco Histórico”. Podría. La palabra favorita de cualquier vendedor de humo. Podría aliviar la saturación, claro. Podría aliviar la saturación, claro. Y también podría alinearte los chakras, corregir la miopía y hacer que llueva en la Sagra… pero mientras no haya datos, estudios o algo remotamente parecido a la realidad, sigue siendo lo que es: una “falacia de afirmación gratuita”. Y ya que hablamos de saturación, tampoco estaría de más recordar que existen soluciones muchísimo más terrenales: como reforzar el transporte público -ese que este puente ha funcionado entre mal, fatal y directamente en “modo Pokémon: a ver si lo encuentras”- o arreglar las escaleras mecánicas del Miradero, que llevan tanto tiempo rotas que pronto habrá que catalogarlas como yacimiento arqueológico. Pero imagino que eso debe ser demasiado terrenal para la ultraderecha.
Pero seguimos. Porque la vicealcaldesa insistió en que el teleférico nos ofrecerá un desplazamiento “cómodo” y permitirá disfrutar de Toledo “con otra perspectiva”. Esta es mi favorita porque inaugura la fase “catálogo de Ikea”: comodidad, sensaciones, experiencia, perspectiva… Todo muy útil para la vida diaria: imagino a familias enteras subiendo colgadas de una cabina para ir al centro de salud de Sillería porque “qué cómodo es esto, oye”. Aquí entra en acción la “falacia emocional”, esa que reemplaza datos por sentimientos. No importa si no soluciona nada: ¡qué perspectiva tan bonita!
Y para rematar, mete en la frase a “vecinos”, una maniobra clásica de maquillaje político: cuando algo huele descaradamente a turístico, basta con agitar la palabra “vecinos” por encima y listo, ya parece servicio público. El problema, claro, es que ningún vecino ha pedido subirse colgado a ningún lado, ni una sola asociación lo ha reclamado, ni un solo colectivo lo ha defendido. Todo lo contrario: lo único que he leído son quejas, memes y caras de “pero qué broma es esta”. Pero da igual: usted dice “vecinos” y pretende que la magia ocurra, como si con invocar al pueblo -aunque el pueblo no haya abierto la boca- la cosa quedara legitimada. Esto es una falacia ad populum de manual, el truco de invocar una voluntad popular que no existe para justificar una idea que nadie ha pedido. Si al menos hubieran hecho una encuesta… aunque sospecho que, para evitar disgustos, prefieren seguir consultándose solo entre ellos.
La vicealcaldesa confía en que el PP no se opondrá porque “el acuerdo de gobierno supuso la fusión de ambos programas electorales”. O sea: no se apoya porque sirva para algo -se apoya porque lo firmamos. Y punto-. Perfecto, señora Cañizares. Lo tendremos muy en cuenta en los próximos comicios. Aunque imaginamos que quizá a usted le dé igual, porque lo mismo acaba regresando al Congreso -ese lugar del que, por cosas de la democracia, no la votaron lo suficiente como para quedarse-, aunque eso sí: no sabemos si lo hará con Vox, el PP o incluso Atenea.
Con todo esto, me gustaría dejar algo claro, especialmente para quienes puedan pensar que una falacia no es un insulto ni una opinión, es un concepto formal, estudiado desde Aristóteles hasta los manuales modernos de lógica, filosofía analítica y teoría del argumento. Cada falacia tiene un nombre, una estructura y una definición. Quizá por eso los políticos deberían rodearse más de filósofos y menos de monchitos creados por los aparatos de partido. La historia nos enseña que incluso Nerón consiguió llegar más lejos gracias a tener a su lado a un filósofo. Si nuestros responsables públicos se dejaran aconsejar por quienes saben de teoría de la argumentación -y permitieran que fueran ellos quienes revisaran sus discursos antes de salir a una rueda de prensa- se ahorrarían bochornosos ridículos como este.
En este sentido, y ya que Vox se pasa el día recordándonos con fervor litúrgico nuestras obligaciones como españoles -muy españoles y mucho españoles- convendría recordarles también los suyos. Porque entre tanta bandera, tanto discurso épico y tanta patria en la boca, se les suele olvidar un detalle elemental: un cargo público tiene el deber de no colar falacias a su ciudadanía. El deber de no disfrazar ocurrencias de estrategias ni vender humo como si fuera gestión. El deber de respetar la ley y los compromisos internacionales, empezando por los de la UNESCO. Y también el deber de cumplir lo que figuraba en el suyo: el punto 3 (“Promoveremos la riqueza patrimonial y cultural de Toledo”) y el punto 5 (“Cuidaremos y regeneraremos el patrimonio natural de nuestra ciudad, en especial el río Tajo”). Dos compromisos que, como cualquiera puede ver, chocan de frente con la idea de colgar un teleférico sobre un paisaje histórico y sobre un río que ya hace milagros para seguir vivo… en parte gracias a su adorado trasvase murciano.
También me gustaría dejar claro el silencio atronador de quienes antes se desvivían criticando a Milagros Tolón. Qué curioso que ahora, ante un teleférico sin datos, sin estudios y sin sentido, todos aquellos paladines autoproclamados de la “libertad crítica” hayan decidido entrar en fase de hibernación profunda, casi monástica. Silencio muy respetable, faltaría más; cada cual elige cuándo indignarse y cuándo ponerse el pijama de felpa. Pero lo que no puede hacerse es presumir de “independencia” y luego evaporarse justo cuando gobiernan los tuyos. Ni, por supuesto, tratar de ridiculizar a quienes defendemos nuestros principios con coherencia y lealtad -antes, ahora y después-.
En fin, lo que está fuera de duda es que, después de repasar cada frase, cada giro y cada pirueta retórica, queda claro que este teleférico no se sostiene ni en cables ni en lógica. Se sostiene en falacias, en humo, en frases redondas sin contenido y en una insistencia admirable para alguien que reconoce que el proyecto ni está definido ni tiene datos concretos.
La política puede permitirse errores; lo que no puede permitirse es renunciar a la razón. Por eso, con todo el sarcasmo que me permite mi respeto al patrimonio, solo queda decirlo como debe decirse: Váyase, señora Cañizares… váyase. Y, por favor, llévese el teleférico con usted. Porque Toledo merece altura, sí, pero de miras, no de cables.
Artículo de opinión de Luis Miguel Romo, doctorando en Historia y Arqueología










