Ilustres lectoras, ilustres lectores,
Como cualquier enfermedad, la celebración navideña en nuestro querido barrio del Casco comenzó con pequeños síntomas. Un técnico montando las luces. Vallas cerrando un camino. Cuando comenzaron a montar la gran bola de Zocodover, ya era evidente: no había escapatoria. La Navidad ha llegado.
No hablo de enfermedad de forma baladí. Si no me creen, pregunten a los vecinos. Pero ya no solo a los que viven en el Casco, muchas veces como un gesto político de yo-de-aquí-no-me-muevo. ¿Cuándo fue la última vez que subió usted a este hermoso barrio histórico un fin de semana en Navidad?
Imagino que hace mucho, porque lleva años siendo una lucha imposible. Ya no solo porque nunca hay aparcamiento -que se entiende, la verdad, es un casco histórico patrimonial no un párquing-, sino porque las calles se convierten en hervideros insufribles con la única intención de ver las luces.
Miedo y asco en Toledo.
Este viernes 21 se celebra el encendido de las luces y no es casualidad que los comercios y las vecinas del barrio hayan dicho que no. Que de celebración nada. Que no solo tenemos un barrio colapsado, es que ni siquiera existe un beneficio significativo para el tradicional comercio de barrio, que luchan como jabatos por mantenerse a flote y que no ven el beneficio de las visitas masivas durante la Navidad.
Celebremos la Navidad, pero no solo de puente a puente. Celebremos la Navidad también en Santa Teresa, en San Antón, en el Polígono, en Santa Bárbara. La Legua y Valparaíso, Azucaica, todos son lugares donde podemos disfrutar estos enternecedores días de celebración y goce. Pero esto no tengo que decíroslo vecinas, ¿verdad? Hay que decírselo a quienes deciden dónde y cómo se ponen las luces navideñas.
Mientras tanto, yo voy tachando días en el calendario para hacer más llevadera la espera de los días de enero en los que nuestro casco se queda vacío y podemos respirar, una vez más y de forma temporal, la paz.











