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OPINIÓN | Sociedad de cuidados a la vista, pero lejos

"Aunque comienzan a romperse moldes, en realidad pocos y despacio, el estigma de cuidadora cae sobre nosotras como una losa, no como un derecho elegido, sino una obligación impuesta que se suma a otras"

05/02/2024 Marta Romero Medina

Imagen de archivo / Fotografía: Bárbara D. Alarcón

Estos días mi madre ha cumplido años. Estos días he podido celebrar con ella, con quienes me dieron la vida, que seguimos vivos; que nos queremos, que en el respeto y la empatía el amor se mueve mejor; que la vida no deja de sorprendernos y que hay que abrazarla por ello; que las adversidades llegan pero una red de abrazos siempre es un buen amortiguador.

Esta semana he podido celebrar esto con mis padres por una sucesión de intervenciones quirúrgicas que han tenido ambos. Estos días el sistema laboral me ha dado un permiso para cuidarles y lo estoy aprovechando. En este papel de cuidadora me vienen reflexiones que enlazan con las que tuve cuando fui madre por vez primera y tienen que ver con la importancia de los cuidados en nuestra vida, para quien cuida y quien es cuidado.

Ponerlos en el centro de nuestro día a día, de nuestro sistema, lejos de ser una cosa de locos es lo más lógico si la aspiración de la sociedad es vivir lo mejor posible. Desgraciadamente a día de hoy no lo están. Aunque hacemos nuestros pinitos, vamos avanzando, pero despacio, muy despacio, con retrocesos, y sobre todo con grandes cantidades de personas invisibilizadas quedándose por el camino. Pienso en personas
migrantes, niños en situaciones desfavorecidas, mayores que se sienten aislados o abandonados.

Además, en el sistema productivo y de consumo que vivimos que nos lleva acelerados a hacer más para gastar más, no es difícil que cualquiera, con independencia de su edad, origen o estatus social y económico caiga en el descuido propio y ajeno. Si encima se es mujer, la cuidadora por excelencia, la tradición y la economía aprietan más hasta llegar en no pocos casos a asfixiar. La mujer tradicionalmente ha cuidado a los niños, a los padres.

Siempre ha sido así, y eso deja poso. Aunque comienzan a romperse moldes, en la realidad pocos y despacio, el estigma de cuidadora cae en no pocas ocasiones sobre nosotras como una losa, no como un derecho elegido, ojo, sino una obligación impuesta de fuera que se suma a otras.

En este paradigma el cuidado aparece en forma de meros parches temporales y efímeros, nos los venden como lujos, píldoras de relax que tienen más que ver con seguir consumiendo. Escapadas, ojo a la palabra, de qué escapamos, servicios de ocio, de deporte, servicios de guardería, de conciliación se llaman algunos, cuando el problema es sistémico y la conciliación aún una utopía. Cuidarnos nosotros mismos y entre nosotros está en el sistema aún lejos de ser prioritario.

Asimismo, últimamente se habla mucho de autocuidados, lo cual está muy bien, son muy necesarios, pero por favor, no perdamos el foco. Una cosa es sabernos emancipados y otra cosa no ser conscientes de que nos necesitamos unos a otros, que la humanidad ha avanzado gracias a esa colaboración, Los seres humanos somos frágiles por naturaleza, necesitamos ser cuidados más que ninguna otra especie. Esa vulnerabilidad, esa necesidad de cuidar y ser cuidados es lo que nos hace humanos. No atender a esta necesidad es entrar en un proceso de deshumanización donde el valor no se pone en el cuidado del otro
por el mero hecho de ser tu igual, de ser una persona, sino que se sitúa en lo material, en el coste-beneficio del tiempo, del esfuerzo, del riesgo, del dinero.

Cuidar y que nos cuiden cuando lo necesitamos es un elemento esencial para no perder nuestra humanidad, y para ello en no pocas ocasiones necesitamos del otro. Sino háblale de autocuidados a los bebés, los niños, las personas enfermas o accidentadas, los mayores en proceso de aislamiento, las personas sin papeles de quienes abusan explotadores de todos los ámbitos, las personas migrantes que, a pesar de tener papeles, aceptan los trabajos más precarios para sacar adelante a sus familias, a quienes apenas ven porque su trabajo, muchas veces de cuidadora, no se lo permite.

Por otro lado cuidar a otra persona es duro pero muy enriquecedor si se hace desde la tranquilidad, la seguridad, el reconocimiento, la empatía, el cariño, el respeto. Ayuda a salir de uno mismo, a distanciarnos de nuestros problemas y cortocircuitos mentales, para conectar con la vulnerabilidad, tomar tierra en territorio ajeno y darte cuenta que le puedes ser muy útil a ese otro planeta llamado persona diferente a ti.
Velar porque las personas que por diversas circunstancias necesiten cuidados estén bien atendidas, y asumir que cuidarnos entre todos es responsabilidad común que atender cada día, que es parte esencial de nuestra vida, la de todas las personas, me parece esencial.

No estoy segura de que estemos dando pasos en esta dirección. En no pocas ocasiones lo siento al contrario. Mujeres saturadas por los cuidados que prestan, siempre ligados a su entorno cercano y con escasa cobertura para cuidarse ellas; ancianos olvidados en sus casas o en las residencias, donde otros cuidadores profesionales hacen lo que pueden con los medios que tienen; niños y adolescentes enganchados a los dispositivos móviles en un descuido de padres en ocasiones saturados de responsabilidades o inconscientes de la importancia de su cuidado; jóvenes aislados, adultos que no se involucran en nada de lo que no obtengan un beneficio material o social; personas inmigrantes abusadas o menospreciadas en un sistema que poco les tiene en cuenta si no es para explotar su trabajo.

Bueno, no nos desanimemos, que aquí hemos venido a jugar, y por suerte de todo tenemos en nuestra variopinta sociedad abierta.

En mi barrio el Casco Histórico se van dando pasitos hacia la creación de una más que necesaria red de vecinos, porque sí es un barrio muy vivo, hasta hace no tantas décadas el único barrio de la ciudad. Ni sus residentes ni la propia ciudad de Toledo merecen que se le dé la espalda como se le da, dejándolo al arbitrio de un turismo desaforado y desregulado. Pero vamos dando pasos para crear redes.

Y por suerte siempre hay personas y entornos. El mío es privilegiado, lo sé y doy gracias a la vida por ello. No me faltan personas, familia, amigas, vecinas, tenderos, asistenta, alumnos, compañeros con las que me siento cuidada y a las que me gusta cuidar. Pero soy consciente de que no es lo normal, cada vez menos.

Un capítulo aparte merece el tema de lo mal remunerados que están los trabajos que implican cuidar. Es delirante. Con la importancia que tienen y el cariño y destreza que requieren para prestarlos bien. Aquí me viene una anécdota: de adolescente para sacarme un dinerillo empecé a trabajar en un espacio de ocio para niños, para celebrar cumpleaños o para dejarles mientras los padres, la mayoría de veces madres, hacían la compra o se iban a algún sitio. A mí me encantaba el trabajo, siempre fui muy niñera, pero era agotador incluso para una joven de 17 años. No eran pocos los padres que nos decían, madre mía, imagino que os pagarán bien, menudo trabajazo hacéis. Yo sonreía y pensaba para mis adentros “si tú supieras lo que me pagan, que es nada y menos”. Este episodio de adolescente lo he ido reviviendo en las distintas etapas de mi vida en la piel de otras personas. Los servicios de cuidados se pagan de mal a muy mal, y muchas veces en negro, sin cobertura pues de ningún tipo.

Desgraciadamente, esto último creo que tiene mucho que ver con la realidad de que los cuidados han sido tradicionalmente un mundo reservado a la mujer, y valorar tanto monetaria como socialmente lo que hace la mujer no ha sido fácil. Algo hemos avanzado, pero levantemos la cabeza y veamos quiénes cuidan de nuestros bebés en las escuelas infantiles, o de nuestros mayores en casas y residencias. Algún hombre hay, sí, pero es una isla en un océano. Y que sea la mujer la protagonista de los mismos tiene mucho que ver con la falta de reconocimiento y remuneración de estos servicios.

Los cuidados, lo importante que son y el escaso valor social y económico que se le dan. da para un libro.

Estos días mi madre ha soplado velas y yo me he atrevido a pedir unos cuantos deseos junto a los suyos.

Ojalá pudiera cuidar a mi madre como ambas queremos y necesitamos, como ella ha hecho conmigo siempre que lo he necesitado.

Ojalá consiguiéramos crear realmente una sociedad de cuidados.

Ojalá pocas cosas fueran más valoradas como cuidar bien y ser bien cuidado.

Valoremos los cuidados como se merecen. Permitámonos tiempos para cuidarnos, entre todos. Solo así seremos capaces de sumar y crecer.

Marta Romero Medina

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Publicado en: Opinión

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