Treinta y nueve años después de que Toledo recibiera el título de Ciudad Patrimonio de la Humanidad, el aniversario debería ser menos un aplauso y más una alarma. Porque, mientras se celebran décadas de reconocimiento internacional, el Informe FOESSA 2025 retrata otra ciudad distinta: una Toledo donde la exclusión social se ensancha, donde la pobreza se vuelve crónica y donde la vulnerabilidad crece sin disimulo. ¿Cómo hablar de orgullo patrimonial cuando la realidad social revela heridas abiertas que no dejan de ensancharse?
FOESSA lo señala con claridad: amplias capas de población viven en precariedad estructural. No son excepciones, no son casos aislados; son vecinas y vecinos empujados a los márgenes por un sistema que les promete derechos pero les entrega obstáculos. Familias trabajadoras que no llegan a fin de mes, jóvenes condenados a la inestabilidad permanente, mayores completamente solos, hogares donde el empleo ya no garantiza dignidad. Esa es la otra Toledo, la que no aparece en los discursos institucionales, la que no aparece en los fastos del aniversario.
Y si hay un punto donde esta desigualdad golpea con mayor crudeza es en la vivienda. No por la restauración ni por el patrimonio, sino por algo mucho más básico y más brutal: el acceso real a un hogar. En Toledo, encontrar una vivienda asequible se ha convertido en una carrera de obstáculos que casi siempre pierden los mismos. Alquileres imposibles, sueldos que no acompañan, contratos temporales que cierran puertas, familias enteras condenadas a vivir en habitaciones, a cambiar de casa cada pocos meses, a renunciar a estabilidad, a barrio, a arraigo. Sí, en Toledo también hay desahucios; no son un fenómeno lejano ni excepcional. Hay hogares que viven con el miedo permanente de no poder pagar el mes siguiente, con la angustia de la carta judicial, con el temblor de un aviso que les diga que deben marcharse. Y esa inseguridad habitacional no es una anécdota: es un síntoma profundo de una ciudad que no garantiza un derecho fundamental.
Mientras tanto, seguimos celebrando el patrimonio como si la desigualdad no formara parte del paisaje. Pero el contraste es obsceno: la ciudad monumental florece, y la ciudad social se marchita. Una recibe recursos, otra recibe indiferencia. FOESSA nos grita que la fractura social no es una amenaza futura, sino una realidad presente: dos Toledos que ya casi no se encuentran, una que presume y otra que sobrevive.
Conservar no es restaurar piedras. Conservar es sostener vidas. Conservar es proteger derechos. Conservar es no permitir que la desigualdad se normalice como si fuera un precio inevitable. El aniversario debería ser un recordatorio de que ser Patrimonio de la Humanidad implica una responsabilidad mucho mayor que mantener fachadas bonitas: implica construir una ciudad donde nadie quede descartado.
Toledo será digna de su título cuando reconozca y acoja a quienes la sostienen con su trabajo, su historia y su vida diaria. Cuando mire de frente a quienes el FOESSA nombra y otros prefieren ignorar. Cuando el derecho a la vivienda, a la dignidad, a la estabilidad, sea tan irrenunciable como la restauración de un muro.
Porque, sin justicia social, sin igualdad, sin protección a los vulnerables, todo patrimonio es solo una palabra vacía. Y Toledo merece, y debe, algo más que fachada: merece humanidad.
Artículo de Fernando Redondo Benito en el XXXIX Aniversario de Toledo como Ciudad Patrimonio de la Humanidad










