En los últimos años se habla mucho de digitalización, pero muy poco de cómo esa palabra se traduce en la vida diaria de nuestros pueblos. Mientras en las grandes ciudades se debate sobre inteligencia artificial o automatización, en buena parte de Castilla-La Mancha seguimos celebrando como un acontecimiento que llegue la fibra óptica o que un trámite pueda hacerse sin tener que desplazarse treinta kilómetros.
Por ejemplo en Gálvez, pueblo en el que resido y trabajo, hay vecinos que todavía se ven obligados a pedir ayuda para algo tan simple como renovar el certificado digital o presentar un documento. No por falta de ganas, sino porque el sistema muchas veces no está pensado para quienes viven lejos de una capital.
La tecnología debería servir para acercar oportunidades, no para agrandar distancias. Sin embargo, demasiadas veces las decisiones sobre innovación se toman desde despachos lejanos, sin tener en cuenta la realidad de los municipios pequeños, donde el acceso a Internet o la falta de servicios básicos sigue siendo un obstáculo cotidiano.
No se trata de exigir milagros, sino de aplicar sentido común: invertir en conectividad, formación digital y administración electrónica es una de las formas más inteligentes de luchar contra la despoblación.
Un joven que puede teletrabajar, una pyme que puede vender por Internet o un ayuntamiento que gestiona sus trámites online son tres ejemplos concretos de cómo la tecnología puede mantener vivo un pueblo. Pero también hace falta un cambio de mentalidad.
La modernización no consiste solo en poner ordenadores nuevos o abrir perfiles en redes sociales, sino en repensar cómo gobernamos, cómo servimos y cómo nos comunicamos con la ciudadanía. Los ayuntamientos, las diputaciones y la Junta de Comunidades deben ser ejemplo de transparencia y eficiencia, y para eso la tecnología es una aliada, no un lujo.
Modernizar sin dividir significa avanzar sin dejar a nadie atrás. Y eso exige una política centrada en las personas, no en los eslóganes; en la cooperación institucional, no en la confrontación. Porque los retos que tenemos por delante, - digitalizar, innovar y mantener viva la Castilla-La Mancha rural - no entienden de colores políticos, sino de compromiso y visión de futuro.
La tecnología, bien usada, puede ser el puente entre la tradición y el progreso. Si sabemos aprovecharla, nuestros pueblos no solo sobrevivirán, sino que se convertirán en el ejemplo de cómo un territorio puede renovarse sin perder su alma.










