
Edificio de Santa Fe, rehabilitado con Fondos Feder en 2012, para ampliar el Museo de Santa Cruz / Imagen: Isabelo Sánchez
En el año 2017, Emiliano García-Page nos sobresaltó a todos con el anuncio del acuerdo con un coleccionista de arte, privado, por el que se instalarían en el edificio de Santa Fe obras de arte contemporáneo de su propiedad, por un periodo de quince años prorrogables. Gran parte de la población toledana quedó desconcertada por el anuncio, porque nadie nunca había hablado de esa necesidad cultural, por lo disparatado, y porque había evidentes necesidades sin atender en el Museo de Santa Cruz, desde hacía muchos años.
Todo se organizó a marchas forzadas y se invirtieron ingentes cantidades de dinero público para adecuar el edificio, para el traslado de las colecciones, instalación, seguros, mantenimiento, personal y otros gastos irracionales. La inauguración se realizó con un sarao al que asistió buena parte de la farándula habitual toledana, y en el que el presidente soltó algunas perlas difíciles de encajar en una persona medianamente inteligente, como que se trataba de la colección más importante de sus características en España y en el mundo, incluso por encima del Reina Sofía. O eso, o es que toman a los ciudadanos por estúpidos, que también puede ser.
¿Qué ha pasado para que todo se deshaga y se desmorone como un castillo de naipes empujado por el aire? ¿Por qué, quince años prorrogables, se han quedado en menos de la mitad y una huida apresurada del cubano? Era tan evidente el fracaso, desde el origen, que duele aún más el dinero público que tiene que haber costado esta aventura desquiciada que el viceconsejero debió susurrar al oído del presidente en una de esas sobremesas larga de verano, saturados los sentidos de manjares y caldos patrios, exudados en ideas y actos peregrinos e impulsivos. Debió ser algo así, me imagino, porque no encuentro ninguna otra explicación lógica o razonable al asunto.

Debe ser fantástico que en esos momentos de modorra se le encienda a uno una luz en el cerebro con la idea (traer a Toledo la colección Polo) que complementará la oferta cultura, proporcionando a los toledanos y todos los visitantes una conexión con lo trascedente y espiritual; y con la consiguiente desinhibición y liberación de endorfinas utilizar su poder para conseguirla y colocarla en el lugar donde pueda lucir más, cueste lo que cueste, utilizando, sin freno, el dinero ajeno.
Aunque Page pensara que con el invento iban a cumplir los sueños del subconsciente, ocultos e inconfesos, de los toledanos, por supuesto que cualquiera que tenía dos dedos de frente no se tragó el exabrupto de que nos iban a colocar en el top del arte contemporáneo internacional, ni que locales y extranjeros realizarían colas kilométricas para ver arte abstracto de segunda fila, teniendo el mejor arte contemporáneo a tiro de piedra.
Pero sí había algo en lo que estábamos de acuerdo, en que Santa Fe, que se entregaba para albergar la colección privada (podríamos decir expropió a los toledanos, porque a partir de entonces tendríamos que pagar ocho euros para verlo), era uno de los edificios más espectaculares de la ciudad, donde la historia y el arte brillan por sí mismos, sin necesidad de adornarlo con baratijas. Había sido rehabilitado durante varios años, con dinero público para poder albergar colecciones del Museo de Santa Cruz que este tenía (y tiene) guardadas en sus almacenes por falta de espacio. Porque, Toledo, una ciudad que desborda historia por todas sus piedras, carecía (y carece), de forma asombrosa, de un Museo Arqueológico donde mostrar su inmenso patrimonio.
Lanzada la noticia de la ruptura del acuerdo, tratan de hacernos comulgar con ruedas de molino, contándonos lo bueno que ha sido para la ciudad el que denominaron, para darle más importancia, "Centro de Arte Moderno y Contemporáneo de Castilla-La Mancha" (cambiando el acrónimo que debería seguir, por CORPO, para que no olvidemos quién es el magnánimo "filántropo"),y resaltando el importante número de visitas que ha tenido, “a pesar de que en estos momentos se habían estancado”.

Capilla de Belén, dentro de Santa Fe antes de destinarse a albergar la colección privada / Imagen: Isabelo Sánchez Gómez
Sin embargo, creemos que la noticia trata de ocultar la realidad: que no se ha cumplido ninguno de los objetivos o expectativas, que como era normal y predecible el número de visitas cuando se cobró la entrada de 8 euros debió ser ridículamente bajo, porque sólo bastaba apostarse a la puerta durante media hora, en los momentos de máxima afluencia de turistas a la ciudad, para comprobar que no entraba nadie. Tuvieron que rebajar las entradas a la mitad, y, aun así, sucedía lo mismo. Es posible que, cuando la entrada se regaló, tuviera alguna visita más, pero en todo caso es imposible discernir qué visitantes lo hacían por ver la colección, los que querían visitar el edificio por los palacios de Al-Mamun, o, finalmente, los que pasaban porque era gratis para aliviarse del calor.
Celebramos que el cubano se marche allá donde valoren más su colección de arte privado y corran con todos sus gastos, porque los bolos ya nos hemos hartado; aplaudimos que la condena del gobierno regional a los toledanos y a la institución del Museo de Santa Cruz, que en algún momento osamos pedir un lugar digno para disfrutar de nuestro arte contemporáneo y de nuestro pasado, se haya terminado; pedimos que Emiliano García Page, responsable final de este desaguisado, explique a los ciudadanos cuánto ha costado, y dónde han ido cada uno de los euros que se han gastado en este proyecto desquiciado; y, finalmente, rezamos para que nuestros representantes políticos no tengan más ideas absurdas como la referida, y de una vez por toda coloquen a nuestro patrimonio, contemporáneo y arqueológico, en el espacio que se merecen: el edificio de Santa Fe.
Artículo de Isabelo Sánchez Gómez, licenciado en Geografía e Historia