La dictadura. Unos primeros apuntes con obviedades para explicar en qué consistía jugarse el cuerpo en el Toledo de la dictadura de Franco, en la España que quedó tras el golpe de estado contra la II República. Como sabemos, y no hace tanto de ello, eran muchos los caminos que te podían llevar al infierno. A lugares como la cárcel, la tortura, el asesinato, que tus hijas no tuvieran para comer, que te dejaran sin nada, que no pudieras empezar o terminar tus estudios, que te quedaras sin trabajo, que te detuvieran por participar en una manifestación o en una huelga. La lista podría ser interminable y no quisiera dedicar más tiempo del necesario a la mugre. La dictadura de Franco y su ejército de aprovechados y sicarios eran una mierda atroz. A pesar de todo, sonrisas como las de la foto que ilustran este artículo fueron surgiendo.
Optimismo de la voluntad. Yo que me esfuerzo en ser optimista a la manera de Gramsci, que en estos días estoy mirando más de lo habitual al pasado reciente a cuenta de mi implicación como productor en “La Standard. La construcción de un barrio”, creo que también resulta idóneo no pasar por alto esta parte de la historia cotidiana. El documental recogerá el nacimiento del Polígono Industrial de Toledo y la llegada de su fábrica de referencia, pero también aspira a ser un ejercicio de memoria democrática, aquella que surfeó el miedo para llevar unos panfletos en el maletero del coche y que sabía lo mal que puede acabar esa pequeña hazaña si te pillaban. En la práctica, la condena más habitual por llevar encima algo de propaganda pidiendo mejoras laborales o libertad eran 6 años y un día de cárcel. Muchos militantes del PCE, CCOO y de otras organizaciones antifranquistas pagaron un precio muy alto. La vida, las conquistas sociales y políticas, la lucha por la democracia, los amigos, la fiesta… se pasaban el día mirando de reojo a la represión y sus ejecutores. La convivencia en una ciudad como Toledo también tenía que ver con estar demasiado cerca de unos policías a los que identificabas perfectamente. Tanto como ellos a ti.
La guerra y la Ley Mordaza. Mi abuela Joaquina cuya buena vida se vio truncada por la Guerra Civil siempre me decía aquello de “No te signifiques”. A pesar de que la guerra la ganaron “los suyos”, su novio desapareció (jamás encontraron su cuerpo ni tuvo más noticia de él) y durante los años siguientes tuvo que ver cómo varios de sus hijos murieron prácticamente después de nacer. De hecho, mi padre es hijo único. Cuando yo empecé a disfrutar de ella, en los 80, el país se estaba convirtiendo en un paraíso si lo comparábamos con aquel de dónde veníamos. El paraíso de las canciones de Mecano con la cara B de la reconversión industrial y la heroína. Sea como sea, a la vista está que no le hice mucho caso con lo de “No te signifiques”. Pero a raíz de nuestras conversaciones llegué a la conclusión de la tremenda suerte que tenía por haberme tocado vivir en democracia y eso tenía que aprovecharlo. De haber nacido unos años antes, teniendo en cuenta algunas de mis ideas, podría haber acabado muy mal. Sin embargo, a día de hoy no puedo decir que tenga queja en lo personal de esta democracia todavía muy mejorable, desigual y ecológicamente insostenible.
Un nuevo horizonte. El caso es que aunque “jugarse el tipo” pueda ser una frase que podamos seguir usando, su significado es completamente otro ahora. Claro. Más allá de esto, uno de los aprendizajes que quizás deberíamos sacar de esta mirada al Polígono de los 70 y principios de los 80 es que el poder de la gente humilde puede cambiarlo todo. Todo.
Javier Manzano Fijó