«La mujer se pierde en los libros de matemáticas que acumula la biblioteca de su esposo. Le está prohibido […], así que lo hace a escondidas, y usa como ábaco los garbanzos de la cocina.» De esta manera comienza el relato ‘La espiral admirable’, de ‘El libro de los viajes equivocados’ de la escritora Clara Obligado. Esta historia es ficción, pero podría haber sido real, o incluso ha podido ser real, es más, hay países donde podría ser tan real como en el relato. Lo que seguro que no es ficción son los miles de silencios y de conocimientos silenciados que se han encadenado unos con otros a lo largo de la historia del hombre y, especialmente, de la mujer—, sobre todo en materias como las ciencias y las humanidades. Dice Jivka Marinova que no hace falta cambiar la historia para que haya mujeres, sino contarla bien. Las mujeres siempre han estado presentes, no hay que inventar nada, solo rascar un poco en lo que se nos cuenta y en lo que se ha transmitido.
La curiosidad por cómo funciona el mundo nunca ha sido patrimonio ni del hombre ni de la mujer, sino de las personas. Durante demasiado tiempo las mujeres tuvieron vetadas las herramientas para conocer ese funcionamiento. Durante muchos siglos hubo mujeres que cuestionaron el orden establecido, sin embargo, el fruto de su rebeldía (una rebeldía lenta y, casi siempre, pacífica y en la que han dado ejemplo) ha servido para que la mujer haya empezado a acceder en igualdad de condiciones al mundo de las ciencias (por no extenderme en otros saberes).
Es cierto que hay profesiones en las que las mujeres han tomado la delantera, como en la medicina, en la que las médicas superan el 50 por ciento de los profesionales; no obstante, por cada mujer astronauta, hay diez hombres; o por cada investigadora científica, hay tres investigadores. Y si pensamos en los grandes reconocimientos, pocas han sido las mujeres científicas ganadoras de un Premio Nobel (23 hasta ahora, 57 en total, de los 925 premios entregados); una única mujer ha sido la ganadora del Premio Abel de Matemáticas de un total de 24; o una única mujer, de entre los 60 premiados, la Medalla Fields.
Desde 2015, la UNESCO estableció que cada 11 de febrero se celebrase el Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Estas reivindicaciones tienen la utilidad, por un lado, de visibilizar; y, por otro, la de cuestionar —ya sea en una charla en la mesa de una cafetería o en debates sesudamente argumentados en las aulas de una universidad— qué hacemos, qué hemos hecho, por qué es necesario reivindicar y el qué.
Solo cuestionándonos los motivos de esta celebración, encontraremos qué nos queda por hacer y adónde debemos llegar. Nos queda mucho, pero hemos alcanzado más logros en estos últimos años que en tantos siglos pasados.
En Castilla-La Mancha, por primera vez, tenemos un Consejo Asesor de la Ciencia que nos ayuda a orientar la política científica y que ha creado la ‘Comisión Mujer y Ciencia’ para velar que las políticas de igualdad impregnen todas las actuaciones en materia científica. Y esto ya no es ficción, es realidad, es progreso, es justicia.
Rosa Ana Rodríguez, consejera de Educación, Cultura y Deportes