El llamado turismo sostenible es una falacia, un oxímoron que va más allá de la simple contradicción ya que es parte de la estrategia de simulación y blanqueo que pacifica los posibles conflictos que emergen de las prácticas exclusivistas e insostenibles de crecimiento, acumulación y consumo de la industria turística.
Recuerdo leer no hace mucho un acertado articulo de Joaquín Araújo en el que habla sobre el uso y el significado de las palabras que viene a decir así: “Las palabras, esas que inventamos y nos inventaron, también inventan la realidad y, demasiadas veces, hasta la traicionan. Mantengo, desde hace decenios, que tanto o más grave que cualquiera de las otras crisis es la de los sentidos de lo dicho y escrito. El monumental cansancio que la palabras tienen de que tantos las conviertan no ya en mentiras sino en sus absolutos contrarios. El lenguaje se ha convertido en mimético, esconde mucho más que revela o aclara. Precisamente por eso casi todo está en peligro porque la comprensión ya es tan escasa como la transparencia. Imposibles, por cierto, la una sin la otra”.
Escucho desde hace unos años de manera reiterada por parte de politicos/as y asesores/as el discurso que aplaude las bondades que el turismo ha acarreado para el devenir de la ciudad, destacando que sin ese turismo la ciudad no seria nada... que si el empleo... que si la riqueza… que si el desarrollo... que si el crecimiento... que si yo qué sé… Pero ese discurso machacón no ha dejado nunca sitio por parte de las administraciones y de ciertos sectores de la sociedad toledana a trabajar, escuchar y debatir un proyecto de ciudad que pueda ser una alternativa al monolítico y sacrosanto modelo dependiente del turismo lo es todo.
Yo sólo sé como vecino de esta ciudad y de este casco antiguo que el barrio ha dejado de ser el espacio social donde se desarrolla la vida, para transformarse en un espacio productivo en el que los vecinos y vecinas ocupan el lugar que les deja el mercado. El turismo en Toledo se supone que representa el 10% del PIB y es apoyado sin discusión por inversiones públicas que posibilitan el aumento de los beneficios empresariales (privados y de muy pocos). Pero estos sistemas de cálculo no nos informan de si existe un retorno social o ambiental de estas inversiones públicas o de los beneficios que los recursos naturales y culturales generan a través de la industria turística, no nos explican si mejora la vida de la ciudadanía y la salud del planeta.
Plantear un barrio y un modelo de ciudad dependiente del turismo hace muy compleja la organización y el desarrollo de infraestructuras y servicios. ¿Cómo el Ayuntamiento se va a plantear el desarrollo y la mejora de parques, de servicios sociales, educacionales, deportivos, de movilidad, de espacios para la ciudadanía si una gran parte de esa población es completamente estacional no existe a efectos de padrón? ¿Cómo vertebramos un barrio si apenas cuenta con población fija? ¿Cómo hacemos barrio sin vecinos y vecinas?
Artículo de Juan Díaz Jiménez, educador de Calle y Mediador Sociocomunitario.