Ya he escrito más de una vez en este mismo medio sobre la creciente preocupación de los aficionados al senderismo u otras actividades al aire libre por el cierre sistemático de los caminos públicos de nuestra región, y sobre la escasa diligencia de algunas administraciones públicas cuando se trata de defenderlos. En esta ocasión, llamaré la atención sobre una actitud aparentemente contradictoria de estas mismas administraciones: la promoción de rutas tradicionales de senderismo o peregrinación en los mismos lugares en los que se consiente el cierre sistemático de los caminos.
Tenemos aquí una versión española del conflicto entre el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, un desdoblamiento de la personalidad con una parte empeñada en favorecer a terratenientes y cazadores, vallar fincas y cerrar caminos, y otra en promocionar el turismo rural con fondos europeos recuperando rutas centenarias, poniendo hitos de granito y grandes carteles de cerámica en medio de la nada.
No se me ocurre mejor ejemplo para ilustrar esta contradicción que el Camino de los Montes de Toledo, una ruta incluida en la red Caminos a Guadalupe sobre la que se han realizado importantes esfuerzos de divulgación a todos los niveles implicando al Monasterio de Guadalupe, la Archidiócesis de Toledo, Junta de Extremadura, ayuntamientos, diputaciones, proyectos interterritoriales, numerosos grupos de desarrollo rural, e incluso al Senado, el Gobierno y la Unión Europea, porque los senadores del PP de Toledo y Extremadura han presentado una moción en el Senado para exigir al Gobierno de España que se utilicen los fondos de recuperación Next Generation para financiar un Plan Estratégico de Desarrollo de los Caminos de Guadalupe.
Guadalupe ha sido el segundo destino de España por número de peregrinos después de Santiago, y el Camino de los Montes de Toledo en particular es heredero de la antigua calzada romana que unía Toletum con Emerita Augusta, así que argumentos históricos no nos faltan.
Tampoco nos faltan alicientes culturales o ambientales, ni necesidades de desarrollo rural para poner en valor este tipo de rutas, pero el grupo de desarrollo rural Montes de Toledo ya reconoce en su web que, desgraciadamente, buena parte del recorrido se encuentra en la actualidad cubierto por carreteras, y no es que las carreteras hayan ocupado la antigua calzada romana, añado yo, sino que el vallado de fincas y ocupación de caminos ha llegado a tal punto que cualquier senderista, ciclista o peregrino que pretenda revivir algo parecido a la ruta tradicional no tendrá más remedio que caminar pisando asfalto, o saltarse las vallas y enfrentarse a guardas y escopetas.
Ciertamente, la Red de Cooperación de los Caminos de Guadalupe ha realizado un gran esfuerzo para diseñar recorridos alternativos a lo que en su momento fue una tupida red de caminos abiertos, pero no ha podido o no ha querido entrar en lo fundamental: recuperar los caminos públicos que se han ocupado fraudulentamente, y me temo que si no actuamos contra las vallas, es imposible que los folletos turísticos y los jubileos consigan atraer senderistas o peregrinos, solo atraerán críticas negativas y frustración.
Como botón de muestra, animo a los lectores a descargarse un plano del Camino de los Montes desde la página web de la archidiócesis de Toledo, calzarse unas zapatillas, coger una cantimplora y recorrer su primera etapa entre Toledo y Guadamur. El punto de partida puede ser el estupendo cartel anunciador para turistas despistados situado junto al puente de San Martín. Un cartel muy bien pensado para ser visto a toda prisa desde un autobús, pero absolutamente inútil para informar a un senderista.
La primera sorpresa llegará cuando el plano de la ruta nos conduzca hacia la carretera de Piedrabuena y tengamos que avanzar por una calzada desprovista de aceras hasta la altura del Cerro de los Palos. No hace muchos años existían alternativas para ir a Guadamur por caminos públicos, y algunos de ellos todavía se recogen en los inventarios municipales de Toledo y Guadamur, pero ahora la mayoría, por no decir la totalidad de los que discurren por el término municipal de Toledo, están cortados e incorporados a fincas de recreo. También me consta que se ha denunciado formalmente el cierre y ocupación fraudulenta de estos caminos sin que las denuncias hayan logrado salir, de momento, de los cajones.
Una vez pasada la glorieta del Cerro de los Palos, el plano que nos conduce hacia el jubileo nos invitará a pasar por una puerta con un cartel de “prohibido el paso, camino privado” aunque en realidad se trate de un camino público inventariado, y más tarde, antes de cruzar el Guajaraz, por una cancela sobre otro camino público que nadie se ha molestado en retirar, siempre rodeados por las omnipresentes vallas metálicas que protegen al caminante de una naturaleza que algunos se empeñan en hacer cada vez más hostil.
Si no ha llovido mucho y podemos cruzar el Guajaraz, la ruta vuelve a abandonar los caminos centenarios recogidos en inventarios y catastros históricos, pero esta vez las vallas no nos conducen a una carretera, simplemente nos empujan hacia la finca vecina, desviando la ruta hacia propiedades y términos municipales menos recelosos con el tránsito ajeno. Esta situación también ha sido denunciada formalmente en varias ocasiones, con el mismo resultado que las anteriores.
La conclusión que podemos sacar de todo esto es que es muy fácil gastar fondos europeos en reuniones, folletos, hitos de granito y campañas publicitarias, pero muy difícil recuperar un solo camino ocupado fraudulentamente, aunque para ello no sean necesarios grandes presupuestos, sino únicamente un poco de voluntad.
Esperemos que algunos ayuntamientos, sea cual sea su orientación política, tomen nota y vayan eliminando muros, puertas, vallas y carteles de prohibido el paso antes de que lleguen los peregrinos atraídos por los cantos de sirena de los fondos Next Generation exigidos al Gobierno.
Artículo de Tomás Rubio Marín, arquitecto