Hoy termino el día revisando un magnífico programa de Imprescindibles dedicado a Azorín. “ Azorín . La imagen y la palabra” se llama el documental en cuestión. Mientras lo veo preparo unas cuantas preguntas que giran en torno a su contenido para trabajarlas en clase. A lo largo del mismo, se escucha una voz en off con palabras literales de su obra. El reportaje es precioso, muy evocador y sin duda anima a leer y admirar la obra de este autor y periodista.
Todo encaja en su vida y obra hasta que se habla de su retorno a España tras el exilio. Son treinta años que en el documental se ventilan e unos minutos, y llegamos al final del reportaje, donde hace una afirmación que me ha removido “90 años son una vida muy larga, si no se olvida el agravio no se puede hacer nada, ni en literatura ni en política. Olvidar es lo supremo y lo más delicado que puede hacer un hombre”.
En contraste con el tema de la memoria que se lleva trabajando desde hace años en este país, y teniendo en cuenta que la vida de una persona se conforma en sus recuerdos, su frase me deja atónita, o no tanto. A los 90 años el olvido no es voluntario, llega inevitablemente, y no solo respecto al agravio. Pero Azorín parece lúcido cuando escribe estas palabras. Olvidar el agravio en un contexto en el que olvidas o te matan parece lo más prudente, en política, en literatura y en la vida, y ciertamente no sé hasta qué punto Azorín no estaría a sus 90 años sugestionado por ese régimen que se encontró a su regreso tras la guerra y al que se amoldó para poder seguir haciendo lo que más le gustaba, escribir y publicar.
En paralelo estos días he estado trabajando en clase con una película sobre Unamuno. Este año la generación del 98 viene y va de cine, y es que no es para menos, menudas personalidades en el más amplio sentido de la palabra. Obra y personajes me encandilan, y voy a ver si con mi fascinación cae la breva y se encandila también algún adolescente curioso, que haberlos haylos.
La figura de Unamuno no deja indiferente. Hombre de principios, de gran erudición, sólida formación, seguridad y asertividad arrolladora, republicano hasta la médula, defensor de los derechos civiles y opositor de la socialdemocracia que en la época comenzaba a hacerse visible, lucha ésta que todo apunta le costaría el premio nobel, que quedaría vacante ante la presión alemana por no otorgárselo a nuestro intelectual.
Con esta trayectoria sorprende cómo se la vendieron con queso para que los primeros días de la guerra civil se uniera a los golpistas y que cediera incluso a celebrar un acto militar en su sagrada universidad. Unamuno se percató del error y le costaría la vida, pero inicialmente cayó en las redes de la propaganda fascista de la época, generando una gran decepción entre muchos de sus seguidores y no poca confusión al no entender qué estaba sucediendo.
La propaganda de la época como sabemos no era precisamente ingenua, pero lo que tenemos hoy en día tampoco se queda corto. Cruzo la película de Unamuno “La isla del viento” y el final del reportaje de Azorín, con su exaltación al olvido, y no puedo evitar pensar que si dos grandes pensadores como Azorín y Unamuno llegaron a creer lo increíble en un proceso de adaptación al medio, nosotros, el ciudadano de a pie del siglo XXI, con el continuo bombardeo de información tergiversada y opinión exacerbada en redes sociales, nosotros cómo podemos defendernos de lo que no pudieron grandes pensadores, con una maquinaria hoy en día muchísimo más sofisticada y compleja.
Apaga y vámonos.
Quizás es la mejor recomendación. Apago todo, móvil, tablet, ordenador, y me voy a airear un poco. Salgo de casa, con sol precioso de estos que nos está regalando el invierno y opto por dirigirme desde la cornisa hacia la senda ecológica. Camino y decido mirar para arriba con el sol y el cielo azul, porque si miro para abajo se me cae el alma a los pies. El Tajo, o eso creo, porque seguirá habiendo agua imagino debajo de esa capa vergonzante de espuma blanca. La contaminación se pasea orgullosa a la vista de todos nosotros, desfila con sus mejores galas blancas, deja su estela olorosa a detergente y con esa blancura, y la seguridad que da la inacción ciudadana y política, sigue tranquila su curso, convencida de que el río será una buena pasarela para su lucimiento por un largo tiempo. Y lleva razón, a los hechos me remito.
Paseo, respiro, pero me llega ese olor, y con esas vistas me viene esa última frase de Azorín de “olvidar el agravio”. Y pienso que en esta ciudad cada día olvidamos este gran agravio, pero que de supremo y delicado esto no tiene nada. Que la propaganda, en este caso en forma de pase de balones entre administraciones, ha surtido efecto. No se habla apenas del delito medioambiental y patrimonial que en esta ciudad sufrimos, y eso que más evidente no puede ser. Solo falta un cartel en el río que con luces de neón nos diga “soy un vertedero”.
Qué hacemos. Unamuno al final lo vio claro y quiso reaccionar. Le costó la vida y ni siquiera es seguro que dijera literalmente esa famosa frase de “moriréis pero no convenceréis”. No es seguro que dijera la frase literalmente, pero sí es seguro que se terminó enfrentando de alguna manera a José Millán-Astray.
A nosotras, ciudadanas del siglo XXI, los peligros no nos vienen en forma militar, afortunadamente, pero sí en otras formas más sutiles y bastante peligrosas. La dejadez política respecto al río Tajo es sin duda criminal para nuestra salud y el medioambiente. El intento de normalizar esto no haciendo nada es igualmente criminal, y el silencio de todos los que aquí vivimos legitima el agravio.
De verdad no podemos hacer nada por tener un río digno y limpio. No es eso lo que nos dicen una y otra vez desde la Unión Europea.
Termino mi paseo por la senda más bien poco ecológica, y me viene otra frase de Unamuno de la película “si cree que se puede, hágalo. Si el mundo fuera de los pragmáticos, esto sería un desierto”. No soy una experta, tampoco demasiado pragmática, pero me niego a pensar que no se pueda hacer más de lo que se hace por este río.
Apago y me voy. Pero no olvido, no quiero ni puedo olvidar este río que es patrimonio esencial de mi ciudad, mi paisaje, mi salud, mi tierra y por tanto de mi vida.
Marta Romero Medina