Cada 25 de noviembre, el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres nos interpela como sociedad. Pero más allá de las campañas y los discursos institucionales, este día debe ser una jornada de reflexión profunda y, sobre todo, de acción contundente. Porque no basta con el luto por las víctimas, ni con hashtags que inundan las redes durante 24 horas. La violencia machista sigue siendo una realidad que desgarra hogares, arruina vidas y desangra la dignidad humana.
En España, los números son una tragedia en sí mismos: decenas de mujeres asesinadas cada año por sus parejas o exparejas; miles que sufren maltrato físico, psicológico, económico o sexual; millones de vidas marcadas por el miedo. ¿Cuántos nombres más se escribirán en la lista de las que ya no están antes de que asumamos, de una vez por todas, que el problema es estructural?
La violencia de género no es un asunto privado ni un “desacuerdo de pareja”. Es una lacra que hunde sus raíces en un sistema que perpetúa la desigualdad, la cosificación de las mujeres y el silencio cómplice.
Cuando el maltrato es tolerado, cuando las leyes se quedan cortas o no se aplican con rigor, cuando educamos a nuestras hijas en la resignación y a nuestros hijos en el privilegio, la sociedad falla.
Es imperativo replantearnos qué estamos haciendo como colectividad. Las cifras y las lágrimas no bastan: hacen falta más recursos para la protección de las víctimas, una justicia que no revictimice, y una educación transformadora que combata el machismo desde las aulas. No se puede permitir que una orden de alejamiento sea solo un papel, que una denuncia sea una condena para quien la interpone o que una niña crezca normalizando el control y la sumisión.
Pero no solo se trata de lo que hacen (o no hacen) las instituciones. Como ciudadanos y ciudadanas, debemos asumir nuestra responsabilidad. ¿Denunciamos cuando somos testigos de agresiones? ¿Nos enfrentamos a los comentarios sexistas en nuestras familias y círculos sociales? ¿O preferimos mirar hacia otro lado porque “no es asunto nuestro”?
Este 25 de noviembre, más que nunca, recordemos que cada acción cuenta. Que no estamos hablando de estadísticas, sino de vidas. Y que, mientras sigamos tolerando la violencia en cualquiera de sus formas, estamos fallando como sociedad.
Las palabras son importantes, pero los hechos son los que transforman. La lucha contra la violencia de género no es una consigna; es una obligación ética, social y humana. Hoy, y todos los días, digamos un “basta” que resuene más allá de los eslóganes. Porque no queremos un futuro con más víctimas. Queremos un presente sin violencia.