Acabo de leer un artículo en El País titulado 'Camino a la inversa: médicos que viven en Madrid y trabajan en Castilla-La Mancha'. Es una llamada de atención sobre los médicos madrileños que dejan su trabajo en la Comunidad de Ayuso para venir a trabajar a nuestra región porque, al parecer, aquí les ofrecemos mejores condiciones laborales.
Naturalmente, me alegro de que podamos competir con ventaja en materia de condiciones laborales, sobre todo si se trata de contratar más médicos, pero no es de eso de lo que quería hablarles.
Lo que me llama la atención de esta noticia como urbanista es que siendo la vida, y en particular la vivienda, mucho más barata en Castilla –La Mancha, la mayoría de estos profesionales prefiera seguir viviendo en Madrid de forma indefinida en lugar de trasladar su residencia al lugar en el que trabajan. Me sorprende porque, tal como nos recuerda el título del artículo, la mayor parte de la población actúa justo al revés.
Por suerte, además de artículos periodísticos y declaraciones más o menos triunfalistas, cada vez tenemos más datos a nuestra disposición para verificar mensajes, describir la realidad y tratar de encontrar respuestas a casi todas nuestras preguntas. Una de las fuentes más interesantes y accesibles es el censo, que entre otras cosas ofrece datos detallados sobre la relación residencia-trabajo.
Buceando en el censo de 2011 (todavía no se han divulgado los datos sobre este tema del censo de 2021) vemos que, efectivamente, lo normal es trabajar en la CAM y vivir en CLM, pero hay una excepción llamativa: la ciudad de Toledo. Lo excepcional no es la actitud de los médicos, sino el diferente comportamiento en función de la ciudad en la que se trabaja, y Toledo es el único municipio de cierto tamaño del centro de España en el que la relación residencia-trabajo con la CAM está claramente invertida. Tenemos muchos puestos de trabajo, casi el doble que trabajadores residentes, pero por lo visto la gente no quiere vivir aquí.
No estoy hablando de los toledanos que prefieren comprar un adosado en Argés, Cobisa o Bargas, porque la vivienda es más barata y le sale a cuenta pagar el coche y la gasolina, sino de los que se quedan a vivir en Madrid, donde la vivienda es más cara. Por cada persona que vive en Toledo y trabaja en la Comunidad de Madrid hay casi 2 que hacen el recorrido contrario, y la mayoría son trabajadores cualificados, es decir, potenciales residentes pata negra que nos dan la espalda.
Podríamos pensar que los madrileños se quedan en su casa porque estamos muy cerca y tenemos buenas comunicaciones, pero los datos de Guadalajara, Talavera, Segovia, Azuqueca, Illescas, no digamos Seseña, por poner algunos ejemplos, no confirman esta hipótesis. En estos casos, como en el resto de la región, lo habitual es viajar en sentido contrario. Vivir en Castilla-La Mancha y trabajar a Madrid.
¿Qué tiene Toledo de especial? Somos una ciudad con paisajes espectaculares, un patrimonio histórico de nivel internacional, precios de la vivienda relativamente asequibles si los comparamos con los de la Comunidad vecina, buenas comunicaciones, una buena oferta cultural, y servicios aceptables, pero por lo visto todo esto solo sirve para atraer turistas, y la mayoría de estos visitantes ocasionales ni siquiera se queda una noche a dormir. Vienen en autobús, hacen unas fotos, compran algún recuerdo barato y se van.
Se admiten otras interpretaciones, pero es muy probable que el hecho diferencial que explica nuestra escasa capacidad para atraer nuevos residentes no sea la falta de puestos de trabajo ni de autopistas, sino la mala calidad de vida urbana. Vivimos en una ciudad que nos obliga coger el coche para trabajar, llevar a los niños al colegio, recogerlos cuando quedan con sus amigos, ir al supermercado y hasta para tomar unas cañas, y cada vez hay menos gente que quiera pasarse la vida sentado y conduciendo.
Ya dije en otra ocasión en estas páginas que Toledo es la ciudad española en la que más se emplea el vehículo privado para los trayectos diarios. Este es nuestro hecho diferencial.
La esencia de la calidad urbana es la posibilidad de relacionarnos a pié con un número suficientemente grande de vecinos, y en este tema Toledo no da la talla. Podemos seguir empeñándonos en aumentar carriles en las autopistas, atraer parques temáticos, empresas punteras u hoteles de cinco estrellas, pero el futuro de Toledo no dependerá de nada de eso, sino del uso que le demos a nuestras zapatillas.
En el siglo XXI, cuando la actividad económica y la innovación tienden a concentrarse en una red planetaria de grandes ciudades y cada vez importa menos la distancia física al centro de trabajo, la única opción de las ciudades medias y pequeñas es competir en calidad de vida. En el fondo es una buena noticia para nosotros. Esperemos que los que ganan dinero construyendo viviendas no tarden mucho en entenderlo.
Artículo de opinión de Tomás Marín Rubio, arquitecto