Ya no hubo más paz plastificada./
El redoble/de sonrisas rojas/tomó la calle./
Era 8 de marzo/y ya estaba aquí/la primavera.
Ruth Rodríguez. El Viaje de la Guerrera
Aquí sentada, delante de un papel en blanco, con los sentimientos descosidos y un hilo de palabras para juntarlos. Este es el momento que nunca quise vivir y la carta que nunca quise escribir; envolverme con un puñado de recuerdos para escapar el frío de tu ausencia.
Estos días muchas cosas se han escrito sobre ti. Así leído parecía que había una Carmen para cada persona e infinitas personas para una Carmen. Había Carmen para todas, para todas tenías una palabra de aliento, encontrabas una forma de ayudar y siempre estabas dispuesta a echar una mano cuando hacía falta.
Recuerdo aquellas largas tardes de verano aderezadas con té frío y muchas patatas fritas. Esas largas conversaciones, en las que algunas veces parecíamos mundos en colisión. Casi siempre nos cogía la noche y se nos acababan antes las patatas fritas que las palabras. Siempre había tema: la política, el feminismo, el último libro que te habías leído, las mochilas emocionales que llevamos las mujeres, las estrategias que íbamos a desplegar en la asociación para el otoño-invierno, pensando en cómo organizar el próximo 25 de noviembre, la memoria de los proyectos de ese año… y…, de repente, el teléfono. Al otro lado una mujer llena de angustia, de dolor y de miedo que necesitaba la empatía de tu escucha y una voz serena que le diera sosiego y le orientara para salir del maltrato y del terror cotidiano. Esa voz, tu voz, se convertía en una mano invisible que buscaba arrancar a las mujeres de las garras de la violencia.
Las escapadas a Madrid a la Librería de Mujeres, nuestro Tiffany del conocimiento, buscando ensayos de feminismo, biografías de mujeres, el último libro de Miguel Lorente… y las amenas conversaciones con las libreras. En esos días las horas nos parecían minutos. Guardaré como un tesoro todos nuestros ochos de marzo y nuestros veinticinco de noviembre con sus catarsis y sus asombros.
Las charlas de sensibilización que nos llevaban por toda la provincia de Toledo y por muchos pueblos de Castilla La Mancha. Fueron muchos días, muchas horas, muchos kilómetros. La gente se quedaba enganchada a tu discurso sencillo, sin aderezos, visibilizando la crudeza de la realidad que viven las mujeres que sufren la violencia machista; hablando desde la piel y tocando las conciencias. La realidad es tal cruel y terrorífica que no hacen falta atavíos. Siempre has sido una gran comunicadora.
Nos encantaba ir a todas las formaciones que preparaban instituciones y organizaciones. Como tú decías “para seguir aprendiendo, incorporar nuevos conocimientos en los proyectos de la asociación y reafirmarnos en nuestro trabajo”. Eras una esponja, todo te parecía poco para mejorar y dar la mejor atención a las víctimas. Cuando pudimos, empezamos a organizar nuestras propias jornadas para poder socializar conocimientos y experiencias.
Y qué importante era para ti la familia. Tus hermanos, tus cuñadas, tus sobrinas y tus sobrinos, tu hijo, tus nietas, tu Paco. Esas cenas en las que nos juntábamos veinticinco o más en la parcela para celebrar la vida todos juntos. ¡Qué días aquellos! Vuestra casa, tu casa era una extensión del abrazo con el que rodeabas a todas las personas.
Durante más de veinte años, siempre fuiste refugio. Un lugar donde volver cuando estaba perdida, el hombro que sostenía mis lágrimas, la fiesta donde reíamos hasta que nos vencían las agujetas, la música de la vida. Aun con todo el dolor que escuchabas todos los días, la alegría era una bandera.
Aquella chica revoltosa y curiosa del Poblado llevaba dentro una tormenta. Le puso nombre a su rebeldía y se enfrentó a toda una sociedad patriarcal para sacar de la oscuridad a tantas y tantas mujeres destruidas por la violencia machista. Les ayudó a encontrar su luz y el camino de regreso a la esperanza para construir futuro y felicidad. Bien sabías que la ternura y los abrazos ayudaban a curar heridas.
Cuidaremos de tu legado, como tú cuidaste del legado de Pizqui. Seremos semilla, enseñando lo que nos enseñaste y viento, hablando a todo el mundo de lo que hiciste, de cómo se cambia el mundo desde la humildad y el feminismo con clase humana. Carmen Fernández, entre las mujeres, eres, y siempre serás, leyenda.
¡Qué larga se me va hacer la vida sin ti!
Te quiero mucho amiga.
Mar Molina