Justo en el centro de la provincia de Toledo, en la comarca de los Montes de Toledo, se encuentra el municipio de Orgaz, con más de 2.600 habitantes. Destaca sobre todo por su Conjunto Histórico, con un trazado urbano típicamente medieval, donde se puede apreciar su Castillo (de finales del siglo XIV), el Puente de cinco ojos mandado construir por Carlos III en el siglo XVIII o los Arcos de San José y Belén del siglo XV, entre otros elementos patrimoniales.
El castillo es, sin duda, su visión más imponente y forma parte de la curiosa tríada del municipio que lo ha hecho conocido en toda España y parte del extranjero, junto con el mono Jeremías allí enterrado y el famoso cuadro 'El entierro del Señor de Orgaz', de El Greco.
Y para empezar por esa riqueza histórica, el relato que hasta nuestros días ha llegado de ese castillo lo define como un recinto fortificado erigido durante la Edad Media junto a la puerta de acceso occidental de la entonces villa de Orgaz.
Durante años fue elemento clave en las funciones defensivas y de vigilancia del asentamiento. De hecho, se construyó en un periodo de conflicto social y político dentro del Reino de Castilla, hacia 1344: sus formas y disposición obedecen a los avances poliorcéticos alcanzados durante el anterior período de cruzadas.
Pese a que en la actualidad es conocido como Castillo de los Condes de Orgaz, cuando se construyó, el castillo pertenecía a los Señores de Orgaz. La explicación, que también condicionó la polémica denominación del mencionado cuadro de El Greco, es que el Señorío se instaura en 1220, cuando Fernando III concede a Fernando Juan de Alfariella, que había comprado la villa de Orgaz a la Iglesia de Santo Tomé, el título de "señor". Hasta 1520, Orgaz no llegó a ser Condado al ser concedido el título de Conde de Orgaz a Don Álvaro Pérez de Guzmán por el rey Carlos I.
El edificio es de planta rectangular, articulado en torno a un patio central (patio de armas), con muros realizados en mampostería y sillares en las esquinas. Está rematado por entero con almenas y en el centro de la cortina norte y en cada una de las esquinas se sitúa una garita voladiza con modillones y saeteras. La Torre del Homenaje, en el sur, y una torre albarrana semicircular, en el este, rompen la estructura regular de la planta.
Aunque había sido de uso residencial hasta entonces, durante el levantamiento comunero fue utilizado por los vecinos de la villa que era partidarios de estos últimos, por lo que fue incendiado por las tropas de Carlos I, dejando la construcción gravemente dañada en su interior.
La recuperación del castillo... y un mono
Afortunadamente, el siglo XX trajo consigo la recuperación del castillo. En la década de 1970, la familia Llopis adquirió la propiedad (que había intentado venderse para su demolición) y llevó a cabo una exhaustiva restauración. No solo se reconstruyeron las partes dañadas, sino que se acondicionó el interior para convertirlo en vivienda.
Fue en este periodo cuando el castillo albergó una peculiaridad: Jeremías, el mono mascota de la familia Llopis. No se han recogido muchos datos sobre las andanzas de este animal por el castillo pero sí consta, y así lo destacan los guías del monumento, que Jeremías fue enterrado en el patio tras su muerte en 1998. Se ha convertido en uno de los pocos mausoleos dedicados a un simio en el mundo.
Después del fallecimiento de su última propietaria, Gemma Llopis, el castillo fue legado al pueblo de Orgaz, “asegurando su preservación para las generaciones futuras” según estableció en su testamento. Es decir, su titularidad corresponde hoy en día al Ayuntamiento, que es quien lo gestiona y lo conserva, abierto al público para su disfrute.
La tríada se cierra con otro entierro, el del mencionado Señor de Orgaz y la espectacular y alegórica representación que del mismo hizo El Greco. Se trata de uno de los cuadros más impresionantes de la historia del arte y se encuentra expuesto en la Iglesia de Santo Tomé de la ciudad de Toledo.
La denominación de este óleo sobre lienzo abrió un debate durante muchos años entre historiadores, académicos y expertos en arte debido a que cuando murió, el mencionado Gonzalo Ruiz de Toledo era todavía Señor de la Villa, que no llegó a ser Condado hasta el año 1520. Pero el hecho de que durante tantos años el cuadro nombrara a su protagonista como conde, ha hecho que popularmente sea conocido como “El entierro del Conde de Orgaz”.
Elaborado entre 1586 y 1588, el óleo ilustra el supuesto milagro ocurrido en 1323, cuando San Esteban y San Agustín de Hipona descienden del cielo para enterrar personalmente a Ruiz de Toledo, señor de Orgaz, destacando de esta forma la bondad del conde.
Los guías destacan que la espiritualidad de Toledo de la época influyó en El Greco, quien venía de Venecia, donde la influencia del laicismo en las artes era evidente. Por eso representa las dos dimensiones de la existencia humana: la tierra abajo, la muerte, y el cielo arriba, la vida eterna.
La luz en la parte superior del cuadro refleja la clara influencia de la escuela veneciana, que contrasta especialmente con la mitad inferior donde se representa lo terrenal. El cielo, al estilo de la tradición iconográfica oriental, está lleno de la luz que emana de la figura central: Jesucristo.
Pero en la parte terrenal, El Greco eligió el estilo de la escuela flamenca, muy sobrio y realista. A través de los rostros de los personajes, todos ellos nobles contemporáneos suyos, se reflejan diversas actitudes del hombre hacia la muerte: unos meditando, otros llorando, otros comentando entre sí el acontecimiento. Otros personajes miran directamente al frente, como es el caso del propio pintor, o su hijo, Jorge Manuel.
Finalmente, los expertos destacan que en el ángel pintado en la parte a medio camino entre el cielo y la tierra transporta en sus manos una especie de feto o crisálida, símbolo del alma del Señor de Orgaz. La muerte se presenta no como un final sino como un principio, un nacimiento a la vida eterna.
Es así como el castillo, la tumba de Jeremías y el cuadro de El Greco, aunque expuesto en Toledo, conforman el curioso triángulo de Orgaz, que separado por siglos de historia hoy tenemos la suerte de poder conocer y admirar.












