
Georgina, en la presentación del libro 'Los presos que construyeron la Academia de Infantería de Toledo. Con ese olor a guerra detrás' / Imagen: Fidel Manjavacas
La Guerra Civil y la posterior dictadura dejó profundas cicatrices en la sociedad española. En muchas familias, la represión franquista fue un tabú durante muchos años, pero en otras, como la de Jesús Amorós, parte de la misma quedó plasmada en un parchís artesanal que regaló hace 80 años a una de sus dos hijas, Georgina, quien todavía juega con él "todas las noches".
"A ver si de una vez se sabe cómo fueron las cosas porque la historia de España está a medias. Hay quien la lee de una parte y hay que la lee de otra, pero hay que poner las cosas en su sitio", subraya en una conversación con este medio Georgina Amorós, hija de uno de los 3.000 presos franquistas que construyeron la Academia de Infantería de Toledo desde los años 40 y hasta finales de los 60.
Georgina, de 91 años, recibió este parchís cuando cumplió 11 años en abril de 1945. En el centro del tablero hay una foto de su padre y en las casillas del juego hay distintas fechas impresas como su cumpleaños, el de sus padres y el de su hermana Olga. Pero también está la fecha en la que condenaron a su padre a muerte y la que marca cuando le conmutaron la pena por los trabajos forzados.

Parchís conservado por Georgina Amorós, con el retrato de su padre Jesús, con las fechas de su condena a muerte y la posterior conmutación de la pena Foto cedida por Ignacio Aroca para el libro 'Los presos que construyeron la Academia de Toledo'
Jesús Amorós, un sastre murciano, cumplió pena como preso en una de las cinco colonias penitenciarias que hubo en España durante la posguerra. Afiliado al PSOE, ingresó en prisión en julio de 1939. En enero, un consejo de guerra le condenó a muerte, aunque la pena le fue conmutada para que trabajara, de manera forzada, en la construcción de esta infraestructura militar. Así, en 1942 llegó a Toledo, procedente de Burgos.
Hace unos días, Georgina pudo conocer a descendientes de otros de los hombres que, como su padre, fueron "mano de obra barata" y "forzada" en Toledo, tal y como destacó en la presentación del libro 'Los presos que construyeron la Academia de Toledo, con ese olor a guerra detrás' (Toletum Revolutum, 2025) su autor, el periodista Enrique Sánchez Lubián, quien reunió a varios familiares de estos presos en el evento que llevaron a cabo en el Centro Cívico del barrio de Santa Bárbara.
En esta publicación, que pone nombres y apellidos a los cerca de 3.000 presos que construyeron esta edificación militar, se narra parte de la historia de la represión y del crecimiento que supuso también para el mencionado barrio toledano, pues muchas de sus familias se trasladaron al mismo para poder estar cerca de ellos.
De Jumilla al barrio de Santa Bárbara
Fue el caso de la familia de Georgina, quien agradece la publicación de este libro. Entre los recuerdos que se plasman en él está el momento en que ella y su hermana se trasladaron con su madre -Lourdes Carillo- desde Jumilla (Murcia) hasta la capital toledana, donde consiguieron "una habitación con derecho a cocina", en unas casita pequeñas frente a la estación.
"Mi madre no quería que pasásemos todo el tiempo sin conocer a mi padre y arreamos desde el pueblo con lo que pudimos para llegar aquí", rememora de los períodos de tiempo que pasó en Toledo, cuando tenía entre 8 y 10 años. "Hice la primera comunión en Santo Tomé", añade sobre una de las iglesias más conocidas de la ciudad.
El azar jugó su papel para que se trasladaran a Toledo. Su madre lavaba la ropa a los huéspedes de una fonda en Jumilla. Entre ellos estaba el hijo del militar Gumersindo Gómez, destinado a las obras de la academia toledana, quien hizo de enlace para que Lourdes pudiera llegar a Toledo con sus dos hijas para estar cerca de su marido, que logró salir en libertad condicional el 8 de julio de 1945.
Georgina fue una de las ocho personas que, junto a Sánchez Lubián, recordaron en la puesta de largo de este libro la historia de Daniel de Paz, Lorenzo Manzaneque, José Manuel Vega, Martín Díaz, Mariano Fernández, Antonio Lucas e Higinio Artalejo, además de la de Jesús Amorós.
Mayor de edad antes de tiempo
El relato de Georgina abordó las experiencias de su padre en el conflicto, su posterior encarcelamiento y la lucha de la familia por mantenerse unida y sobrevivir. En sus palabras se podía percibir la dureza de la guerra, la injusticia del sistema judicial de posguerra y la resiliencia de su madre para garantizar la conexión de las hijas con su padre.
El abuelo de Georgina y padre de Jesús también fue sastre, hasta que quedó ciego. "La mayoría de edad era a los 21 y se la tuvieron que dar a los 18 ya que tuvo que hacerse cargo de mantener a la familia y a la sastrería. Le tocó ir a filas en el bando socialista a última hora y la mandaron al frente en Madrid", recordó en su intervención.
Durante la guerra, Jesús trabajó como camillero y solicitó un traslado tras la pérdida de varios compañeros. Posteriormente, fue destinado como ayudante de enfermería en el Hotel Palace, que era "el hospital general de los socialistas".
Tras el fin de la contienda, volvió al pueblo. "Un día, dijo: 'Lourdes, me ha llamado el ayuntamiento'", apuntó Georgina sobre el momento en que conocieron el inicio del calvario como preso franquista que vivió Jesús. Pese a "la falta de pruebas" durante el juicio, su padre fue condenado a muerte "por haber estado en el bando perdedor, sencillamente por eso".
Tras ser trasladado como preso a Toledo, su mujer fue con sus dos hijas a Toledo por primera en septiembre de 1942. "Nos montamos en el tren desde Hellín, sin billete y con poco dinero", y con la carta de recomendación del hijo del mencionado militar. "Si ese es su marido, usted no necesita ninguna recomendación", le dijo "el capitán Gómez" a Lourdes cuando preguntó por su esposo a su llegada a la capital regional. Así, le 'permitió' acudir con sus hijas a la academia hasta que pudiera sustentarse.
"Personalmente, estuve cuatro meses cogiendo el rancho de los presos de las colonias mientras mi madre lavaba en el río la ropa que le daban, cosía o acarreaba de un sitio a otro cosas en la cabeza", recordó Georgina sus vivencias en Toledo.
Fue en su segunda visita a la ciudad, tras haber regresado por un tiempo a Jumilla, cuando su padre le regaló este parchís que, 80 años después, le sigue haciendo recordar una época de la que miles de historias y víctimas aún permanecen en el olvido y a las que Sánchez Lubián quiso "poner nombre y cara". Tal y como ha hecho en un libro que volverá a presentar de nuevo este lunes, 9 de junio a las 19.00 horas, en la Biblioteca de Castilla-La Mancha.