Crónica teatral de la obra 'Blancanieves Superstar' en el Teatro de Rojas
Este domingo, en el toledano Teatro de Rojas, el teatro decidió dejar de andar y ponerse a bailar. Blancanieves Superstar, de La Ratonera Teatro / Dubbi Kids, no fue una función convencional, ni falta que le hizo: fue un concierto teatralizado, una celebración atrevida y luminosa donde los cuentos tradicionales se soltaron la melena, literal y metafóricamente, y demostraron que siguen teniendo cuerda para rato.
Desde el primer minuto quedó claro que aquello no iba de sentarse quietos. La propuesta es divertida, amena, descarada, pensada para todos los públicos de verdad, no solo en el cartel. Aquí los niños entran directos al juego y los adultos caen sin darse cuenta, primero por la risa, luego por el ritmo, finalmente por la evidencia: este espectáculo no distingue edades, distingue ganas.
El formato lo deja claro: no estamos ante una obra al uso, sino ante un concierto familiar donde la música manda. Las escenas teatrales aparecen como pequeñas chispas narrativas, lo justo para presentar cada canción, para invocar a Blancanieves, a Caperucita, a Rapunzel o al Lobo, y acto seguido dejar que la música haga su trabajo sucio y maravilloso: poner el cuerpo en movimiento.
Y vaya si lo hace. Las coreografías no son un adorno: son una invitación directa. El escenario lanza pasos, gestos, ritmos… y la sala responde. Manos arriba, palmas, movimientos espontáneos en las butacas. El Teatro de Rojas se convierte en una pista de baile improbable y feliz, donde el teatro se contagia como un virus amable. Aquí no se mira: se participa.
Todo esto se sostiene gracias a tres artistas que cantan en directo, con una energía que no se finge. Se nota que hay trabajo, oficio y mucha ilusión detrás. Cada canción llega con fuerza, cada mirada busca al público, cada gesto empuja un poco más. No están ahí para lucirse, están ahí para arrastrar a toda la sala. Y lo consiguen con una naturalidad que desarma.
Blancanieves lidera la fiesta con carisma de estrella. Caperucita empuja, anima, provoca. Rapunzel equilibra, juega, se expande. Juntas forman un trío imparable que entiende el escenario como un espacio compartido, no como un pedestal. Y sí, se confirma lo que flotaba en el ambiente desde el primer aplauso: son las reinas de los cuentos. No por coronas ni castillos, sino porque gobiernan el relato con humor, ritmo y presencia.
El Lobo, lejos de rugir, se suma al baile. Y ahí está otra de las claves del espectáculo: no hay villanos, hay personajes que cambian de rol, que se ríen de su propio mito. Los cuentos tradicionales aparecen aquí para ser sacudidos, puestos boca abajo, del revés, de lado, hasta que sueltan todo lo que todavía tienen que decir. Y resulta que tienen mucho.
El Teatro de Rojas, acostumbrado a miradas atentas y silencios respetuosos, se permitió esta vez el lujo del ruido feliz. Risas, canciones repetidas al salir, comentarios cruzados, niños marcando pasos en el vestíbulo. Señales claras de que el objetivo se cumplió: hacer del teatro una experiencia compartida, viva, memorable.
Blancanieves Superstar no pretende dar lecciones. Pretende algo mejor: activar. Recordarnos que los cuentos no están acabados, que se pueden cantar, bailar, desmontar y volver a montar. Que el teatro familiar puede ser guerrero sin ser agresivo, divertido sin ser banal, y popular sin renunciar a la calidad.
Ese domingo, los cuentos no volvieron al libro. Se quedaron en el cuerpo. Y en la memoria rítmica de toda una sala que, por un rato, bailó junta.










