El Teatro de Rojas de Toledo, donde el asombro habita entre bambalinas, ha sido el escenario perfecto para 'Un día fui una sandía', de La ChicaCharcos and The Katiuskas Band. Este espectáculo, que desborda imaginación y ternura, invita al público a redescubrir el mundo con la inocencia y la curiosidad de quien lo ve por primera vez. Porque, ¿qué es el teatro sino un viaje a lo desconocido, donde la poesía y la música se dan la mano?
Desde que se alza el telón, el escenario se transforma en el planeta Barriga, un universo redondo donde la protagonista nos narra su existencia antes de nacer. Con una expresividad que hipnotiza, nos lleva por un camino de descubrimientos y emociones, donde cada gesto y cada nota musical es una semilla que germina en la imaginación del espectador. Aquí, la lógica se desvanece y la fantasía gobierna, como solo el Teatro de Rojas sabe hacer.
Lo brillante de 'Un día fui una sandía' no radica solo en su puesta en escena, con luces cálidas y una escenografía simbólica que envuelve al público en una atmósfera soñadora. Es su capacidad para conectar con niños y adultos, sin caer en lo obvio ni en lo didáctico. La obra se convierte en un juego de complicidad, un guiño que invita a la reflexión y al disfrute puro. Y, como broche de oro, la compañía ofrece un libro-disco y actividades didácticas para prolongar la magia más allá de las butacas.
Con una maestría digna de los grandes alquimistas del arte escénico, La ChicaCharcos and The Katiuskas Band logran que el público —grande y pequeño— abandone la butaca para sumergirse en un viaje delirante donde las risas y la emoción van de la mano. Es un teatro que no se observa, sino que se saborea, como quien muerde una fruta fresca en pleno verano.
Además, el elenco, liderado por la carismática Patricia Charcos, despliega una energía desbordante que atraviesa la cuarta pared y convierte cada gesto en una danza de emociones. La música en vivo actúa como un narrador invisible que guía el viaje emocional del público. Los arreglos musicales, que oscilan entre el folk, el swing y el rock infantil, crean un ambiente festivo que atrapa tanto a los más pequeños como a los adultos nostálgicos.
Otro aspecto fascinante es la interacción con el público. Lejos de ser un espectáculo pasivo, 'Un día fui una sandía' invita a la participación activa, aplaudiendo, cantando y riendo a carcajadas. La obra, además, siembra preguntas esenciales sobre el origen, la identidad y la conexión humana, todo envuelto en un lenguaje poético y juguetón que cautiva sin esfuerzo.
El simbolismo de la sandía, redonda y jugosa, se convierte en una metáfora perfecta del ciclo de la vida. Desde el origen hasta la madurez, esta fruta es un reflejo del viaje humano, donde cada semilla representa una historia por descubrir y cada mordisco es un instante de gozo y aprendizaje.
El Teatro de Rojas, con su historia centenaria, actúa como un catalizador de emociones. Aquí, cada función es un rito de paso, un puente entre generaciones que conecta la tradición teatral con la frescura de las propuestas contemporáneas. 'Un día fui una sandía' encarna esta fusión con maestría, mezclando poesía, música y humor.
La complicidad del público es clave para que la magia funcione. Los niños ríen y aplauden, los adultos se emocionan y recuerdan su propia infancia. Es un espectáculo que trasciende edades y fronteras, uniendo a la audiencia en una experiencia compartida que queda grabada en la memoria.
Y mientras las risas y los aplausos resuenan en las paredes del Teatro de Rojas, uno no puede evitar pensar en la magia de lo simple: una historia que conecta con el alma, una melodía que despierta la memoria dormida de nuestra niñez y una puesta en escena que convierte lo cotidiano en extraordinario. ¿No es acaso esa la verdadera esencia del arte?
Quizá por eso, al salir del teatro, los espectadores no solo llevan consigo la alegría de haber presenciado algo único y de haber vivido una fiesta, sino también la certeza de que la imaginación es un poder que jamás deberíamos perder. Y es que, por una hora, todos volvimos a ser niños, redondos y jugosos, flotando en un mundo donde todo es posible.
Porque, al final, ¿qué es el Teatro de Rojas sino ese eterno latir del asombro, donde cada función es una invitación a flotar, a reír y a soñar despiertos?