Así como la simetría es el marco clásico de la belleza y el fundamento formal del mundo de las ideas, la asimetría está en el origen del Cosmos físico y de la imperfección hecha carne.
Incluso nuestro cerebro es asimétrico con dos hemisferios paralelos e interconectados, pero muy distintos, uno más matemático y otro más caótico, uno más parlanchín y otro más musical. Lo cual tiene su reflejo en nuestra propia alma (llamémosla así), que es mezcla inestable de mundos perceptivos discordantes y enfrentados, el consciente y el inconsciente, Mr. Jekyll y Mr. Hyde.
Compara el juez Llarena, en la estela de la campaña mediática que le precede y anima, el golpe del 23F con el procés de Cataluña. Esta equivalencia no carece de simplicidad pedagógica y coherencia legal, siempre que esa coherencia, que es lo que da prestigio a la Ley, fuera insobornable y se mantuviera firme en toda circunstancia y ante cualquier sujeto, lo cual no es el caso. De ahí el desprestigio lógico con su secuela de descrédito asegurado.
Quizás esto explique el escaso interés que este tema despierta ya en muchos ciudadanos de a pie, incapaces de comulgar con tantas ruedas de molino juntas, y con tantas manipulaciones groseras, empezando por las cocinadas en las mismísimas cloacas del Ministerio del Interior.
Más allá de este contexto de incredulidad creciente y de incapacidad para escoger entre lo malo y lo peor, es que además la equivalencia que se establece entre esos dos fenómenos es disparatada por simplista, esquemática y maniquea.
Muchos podrán pensar -y no les faltarán razones- que no se puede establecer una equivalencia, como no sea muy forzada, entre un autogolpe amparado por las más altas instancias del Estado (incluso muy altas), caso del 23F, con lo que ocurre en Cataluña. Es decir, no procede comparar un asalto al Congreso donde hubo tiros, violencia, y riesgo cierto de matanza de diputados y subsiguientes, todo ello apoyado por un dispositivo de transporte donde colaboraron los servicios de inteligencia, a esto otro que acontece en Cataluña, con otros orígenes y por otros medios. Con igual ilegalidad formal, puede que sí, pero con muy distinta naturaleza.
La mejor demostración de que la naturaleza del problema no se ha tenido en cuenta, es que el problema en vez de mejorar empeora. Si el enfermo en vez de recuperar la salud se agrava, o no hemos hecho bien el diagnóstico o la medicina aplicada no es la correcta, o lo que sería aún peor, no tenemos ningún interés en que el enfermo sane.
Y es que hay asimetrías que por mucho que uno se empeñe no pueden ser equivalentes. Inténtese por ejemplo establecer una simetría o un punto válido de comparación entre el control estricto y puntilloso de los manteros y sus baratijas, con la disculpa magnánima, llegando a la amnistía amplia, de los grandes delincuentes fiscales. No hay color ni punto de comparación posible, si lo pensamos bien.
Si a la corrupción triunfante de las Instituciones unimos un lenguaje póstumo plagado de conceptos africanistas, tal que "rebelión" y similares, cabe suponer que completaremos, un día de estos, movidos por este asunto, un círculo vicioso que lejos de abrirnos el camino al futuro nos encierre en nuestra tradición más rancia, la cual vegeta incólume a la sombra de las chumberas.
Pescadilla que se muerde la cola.
Lorenzo Sentenac Merchán